Conocí personalmente a Javier Sierra en el año 2013, en la Feria del Libro de Sevilla, un día de mayo que me acerqué a su caseta para que me firmara «El maestro del Prado». Fue el mismo año en que logré hacerme con el cártel de la Feria del Libro de Sevilla, dedicado a Caballero Bonald. Ese póster lo enmarqué y lo colgué sobre la escalerilla que está en una esquina de mi despacho. Un día, mirándolo desde la mesa en la que trabajaba «fabricando» el manuscrito de un libro de Derecho Laboral, me dije que al año siguiente debería ser parte de esa feria. Dicho y hecho, demasiado pronto desde que tuve ese deseo pienso hoy, en la Feria del Libro de Sevilla del año siguiente, logré presentar el libro colectivo del que soy coautora y que fue editado por la editorial Playa de Ákaba: Nueva Carta sobre el comercio de libros, en el que varios autores interpretábamos la Carta sobre el comercio de libros» de Diderot (escrito en 1763) a la luz de la piratería digital en los inicios del s. XXI.
La pared que me he prohibido llenar de libros con el famoso póster de la Feria del Libro de 2013. |
Volviendo a Javier Sierra, ese día de mayo en el que, amablemente, me dedicó su El maestro del Prado, me impresionó por la tranquilidad con la que empuñó el bolígrafo para tomarse el tiempo necesario para que saliera «cuadrada y artística», como si no estuviera escribiendo, sino componiendo las letras en una imprenta. Clavó la dedicatoria sin precipitarse.
He vuelto a coincidir con Javier Sierra en el Curso de Verano «Saber escribir. Del papel a las redes sociales»celebrado en a primera semana de julio de 2016 en El Escorial, donde, dentro del programa del curso , impartió la conferencia «El misterio de la página en blanco», el pasado 8/7/2016.
Tan misterioso es Javier Sierra que en las fotografías sale con "aureola", obsérvese que tamaño logro no se reproduce en mi persona, a pesar de trasmitirme buenas ondas con su brazo. |
Acostumbrada a los escritores que improvisan; dictan «de oído sus conferencias» contando sus experiencias; o se limitan a llenar su hora correspondiente leyendo largos párrafos de sus propios libros, me impresionó encontrarme con un autor que se había preparado su exposición con una presentación, a la que había tenido que dedicar varias horas de su escaso tiempo libre. Quizás no sea eso correcto, mejor decir que de sus esfuerzos profesionales. La exposición se inició con algunos apuntes sobre su infancia, época en la tuvo difícil acceso a los libros en su ciudad natal por las escasas librerías existentes y de su descubrimiento de la «tradición oral» de la narrativa derivada de la necesidad de contar lo qué pasaba, que descubrió con un aparato grabador que le compraron sus padres en una tienda de informática de Barcelona. Nos contó que, desde niño, se sintió estimulado por la investigación de lo misterioso.
A lo largo de la conferencia, con certeras fotografías que introducían espectacularidad a sus palabras, nos explicó que el proceso creativo es similar al deslumbramiento derivado de la espera de un acontecimiento; por ejemplo, del descubrimiento de un planeta. Cuando los investigadores tienen el material necesario para comenzar sus análisis sobre ese planeta, descubren que los datos recién descubiertos son superiores a lo que se habían imaginado. De todo ese conjunto de descubrimientos o datos, en la labor interpretativa, surge una especie de música que nos lleva a meternos en la historia para contar lo que vemos, porque el universo no es sólo lo que imaginamos, sino que es más de lo que podemos imaginar.
La página en blanco es llenada por una historia que escribe después de haber tenido «una visión»; ese momento se produce cuando la persona «rompe» porque ha desarrollado su voz propia como escritor, siendo el material que la impulsa a imaginar cosas «su capacidad de asombro». Así no sólo imaginas la historia de lo que crees que hay en ese planeta o ese lugar, sino que haces algo más: montas en la nave para ir a ese lugar.
Desde La Ilíada de Homero (s. VIII a.C.), y su mención a la antememoria (a la capacidad para recordar cosas, asociándolas a un espacio real para recordar los 24 cantos y 15690 versos de La Ilíada, asociándolos a las estrellas; así siguiendo las constelaciones, se desgranan los cantos sin equivocación), Javier Sierra fue citando escritores o los libros significativos que se han ido surgiendo o publicándose a lo largo de los años y que demuestran que siempre han estado de moda los temas relacionados con el misterio (Valle-Inclán, Pío Baroja, por ejemplo, escribieron en su día, cuentos relacionados con temas de las ciencias ocultas) y que no suponen, exactamente, un regreso a lo oculto en la literatura contemporánea que ha tenido su culminación con la publicación de El Código da Vinci de Dan Brown (2003).
Mi impresión es que Javier Sierra —cómo le comenté a él mismo, cuando me acerqué a comentarle la extraña coincidencia que en uno de mis manuscritos las fuentes científicas estaban tomadas del libro El retorno de los brujos de Jacques Bergier y Louis Pauwels que había citado a lo largo de la conferencia— había planificado la exposición como si fuera una novela de misterio. Había introducido a lo largo de la locución diversos elementos intrigantes que fue desvelando con la finalidad de mantener la atención del auditorio hasta el último minuto, mientras nos explicaba su método de llenar una página en blanco.
Por resumirla de alguna manera, la conclusión que extraje, en medio de esa extraordinaria avalancha de datos, fechas, libros e historias con las que nos desbordó Javier Sierra a lo largo de una hora —que se convirtió en muy corta—, es que las llenaba del fruto de sus «visiones». De la «visión» que tienen los hombres y que deriva de un momento como el que tuvo Mendeléiev que dio con el patrón de la tabla periódica de los elementos a través del sueño. Javier Sierra comentó que ese proceso surge de una «incubación». En la práctica, y exponiendo un ejemplo, la visión consiste, en roman paladino, en dibujar sobre un cuadro famoso o sobre el plano de una ciudad —sobre cosas reales— la disposición de una constelación y unir los puntos claves del mapa o del cuadro con una buena historia de misterio que contenga muchas pinceladas reales para hacerla verídica.
He dicho que lo que he escrito es «mi visión de su forma de trabajar e imaginar las cosas» para llenar las páginas en blanco y construir una novela. Cómo nos aclaró Javier Sierra, -que dijo que escribir la segunda novela siempre es lo más díficil— para él, la novela es «un instrumento de comunicación», cuyo argumento tiene que estar al servicio del mensaje.
Todo lo expuesto viene a resumir su frase fetiche y que ya me escribió en la dedicatoria en el año 2013 y que ha repetido en diversas entrevistas: «EL ESCRITOR ES SU MIRADA»; es decir, el argumento tiene que estar al servicio del mensaje en el que el autor pone el foco.
Lúcido y muy veraz,comentario!
ResponderEliminarMuchas gracias, Narciso. Un placer.
ResponderEliminarDolores Rubio