sábado, 18 de agosto de 2018

Cuando confundo «la Vaquera» con el reloj de la torre de la Catedral de la Sierra



© María Dolores Rubio de Medina, 2018

Había una vez, en los años treinta del s. XX, un sabio y atinado periódico llamado Hinojosa, crónicas independientes, que unos meses después de implantarse la II República, publicó un editorial titulado: En defensa de nuestra Torre. El editorial ocupó, exactamente, la mitad de la primera plana, con la que se marcó un alegato en defensa de la cultura por la estrechez de miras de los dirigentes que ocupaban el Consistorio hinojoseño.

¿Qué torre fue esa? ¿La estilada torre del Ayuntamiento que se levantó en los años 60, creo? ¿Ese rectángulo recubierto de granito y coronado con un reloj, tozudo como él solo, que se empecinaba en llevarle la contraria a todo el pueblo y solo marcaba las horas, a buenas, dos veces al día? ¿Esa que echaron abajo para convertir nuestro Ayuntamiento en un edificio corriente? 

Nada de eso, aunque podría valernos. La torre del reloj a la que me refiero era la misma que asistió, impávida, al desmoronamiento de la puesta en escena de la VII edición de la Vaquera: la torre de la Catedral de la Sierra. Y digo al desmoronamiento en mi humilde o impertinente opinión, –como prefieran–; aunque, pese a todo, me produce muchísima vergüenza reconocer que las cosas no salieron bien.

Pero vayamos a la torre y al editorial de mi idilotrado Hinojosa, 4 de octubre de 1931, núm. 54, pág. 1, para iniciar la lectura:

«En defensa de nuestra Torre
La profanación de las obras artísticas en España es un fenómeno tan general que difícilmente podrá salvarse ningún pueblo. En Hinojosa del Duque como tanto otros sitios, las piedras doradas de nuestra iglesia de San Juan se han embadurnado con el reberante encalado, frustrando a la contemplación uno de los espectáculos más hermosos, por si fuera poco, alguien –con la mejor intención de seguro– logró colocar en el último término de nuestra torre un soberbio reloj que con los parches de sus cuatro esferas, parece querer ocultar algún sarpullido a la piedra. 
El aditamento que comentamos, no puede ser más perjudicial a la gracia, a la esbeltez de nuestro primer monumento. Hace unos días precisamente, Corpus Barga, el ilustre escritor y excelente catador de bellezas, se lamentaba sinceramente de la colocación del reloj en ese sitio, por considerarlo como un verdadero atentado artístico.
El interesantísimo artículo que Aranda Arias ofreció en estas columnas a los lectores de HINOJOSA, nos ha movido a romper una lanza en defensa del prestigio artístico de nuestra torre, solicitando del Concejo el correspondiente acuerdo para que sea trasladado a otro lugar más adecuado. Creemos que en ello no ha de haber inconveniente alguno y nadie pueda sentirse herido en su susceptibilidad, puesto que tan solo se debate una cuestión de protección artística. Acceder a lo que solicitamos, será dar una prueba palmaria de depurado gusto y testimoniar que los asuntos espirituales merecen de hecho la atención de un Ayuntamiento democrático».

No, no es una leyenda, para demostrar el texto, nada mejor que esta fotografía, que pocos conocen y de la que, desgraciadamente, no puedo citar el autor porque lo desconozco. En ella aparecen los dos desastres que en 1931 acicalaban a nuestra  Catedral de la Sierra: el encalado y el reloj.



Pues eso, como el reloj, hay que cambiar ciertas cosas de la Vaquera, si quieren que se quede: tendrán que lograr que los visitantes que vienen de fuera no vuelvan a irse disgustados por no haberla visto, pese a tener adquirida la entrada, porque falló la luz; o que pocos se vayan descontentos por haberla visto. Tendrían que conseguir que la mayoría de los críticos se vayan contentos (aunque es justo decir que pocos han osado levantar críticas). Que no exista gente que abandone la representación a medio ver, harta de aburrimiento y de que la distrajeran los vaivenes del señor director, en puntas como una bailarina, que se pasó el acto señalando exageradamente con el índice –como si fuera uno de los actores de la obra– para indicar al luminotécnico el momento justo en que tenía que encender las luces. Que no existan espectadores mareados con las idas y venidas de los ayudantes del director, que no hacían sino levantarse y sentarse sobre los baúles de los equipos, distrayendo a toda la fila de los espectadores que estaban detrás de ellos; y, sobre todo, tendría que haber un buen libreto que enlace bien todas las escenas. 

La de 2018, ha sido una edición que, salvando el buen hacer de los actores que pusieron sus fuerzas y talento desinteresadamente, y de los encargados del vestuario, hay que olvidar cuando antes.

Detalle del reloj.
Hay que pasar página, pero recordando lo malo para no volver a cometer esos errores, por eso hay que mejorar la próxima edición –si llega–, haciendo lo primero que hay que hacer: sacando el «reloj» y todos su engranaje sobrantes de escena, aunque en este caso, como todos ellos tienen piernas, podrían irse solos a su casa. Hay que volver a empezar volviendo a los orígenes; pero como la cosa no da más de sí –en ediciones anteriores, riadas de gente pasaban por mi calle, camino de la representación, estaba vez no ha sido así, lo que demuestra que la obra ya no levanta multitudes–, lo mejor sería  darle la vuelta a toda la puesta en escena, convirtiendo la plomífera historia en un musical de principio a fin, por ejemplo, para lo cual, volvemos otra vez a lo mismo, hay que contar con un excelente libreto.

Quedarían cuatro años, que son suficientes para lograr que la representación vuelva a ser la historia de la Vaquera y no la de un marqués. El  Santillana y sus descendientes, ya se llevaron, en su día, toda la lana, pero ahora son Hinojosa, las instituciones públicas, los patrocinios privados y los hinojoseños pagando sus impuestos, los que ponen el dinero necesario para para seguir cardando lo poco que ha quedado. Que yo sepa –al menos no lo he visto publicado en ninguna parte–, no fueron los cuartos personales del productor ejecutivo los que se fundieron, como la luz en el segundo día de la representación, para poner la obra en escena.

Y para terminar, parafraseando a mis ilustres antecesores en aquestas cosas de la cultura, creo que –en mi humilde, irrespetuosa o vergonzosa opinión, sirvánse a gusto en el adjetivo que les plazca ponerme, que el castellano es de riqueza pródiga en lo tocante a los insultos y hay dónde elegir– , aquí «tan solo se debate una cuestión de supervivencia artística. Acceder (…)  será dar una prueba palmaria de depurado gusto y testimoniar que los asuntos culturales merecen de hecho la atención de un Ayuntamiento democrático», o la Vaquera no vino para quedarse.

Que por saber, hasta sabemos que el encalado de la Catedral y el reloj de la Torre desaparecieron, pero este, no lo olvidemos, hasta el último instante, dio guerra, así lo cuenta, el Hinojosa, crónicas independientes, 29/11/1931, núm. 62, pág. 7 en: 




                      


Sevilla, 18 de agosto de 2018.




sábado, 11 de agosto de 2018

LAS REVUELTAS DEL PAN (¿1920? y 1932): LOS DOS MOTINES PACÍFICOS DE LAS MUJERES HINOJOSEÑAS


© María Dolores Rubio de Medina, 2018

Cuenta Joaquín Díaz del Moral (1969 : 345) que en la pacifica Hinojosa del Duque, en la etapa del «Trienio bolchevista (1918-1920)», el único motín  que estalló fue protagonizado por mujeres «que apedrean los comercios y exigen las rebajas de las subsistencias y de los tejidos, fue dominado sin dificultad mediante promesas y la detención de dos o tres revoltosos». 
Portada de "Historia de las agitaciones campesinas andaluzas", de Díaz del Moral, 1969.

Que Hinojosa era pacífica, en comparación con otros pueblos del Valle de los Pedroches, era sabido. La explicación a la falta de incidentes violentos, quizá se encuentre en la estructura social que tenía nuestro pueblo durante esos años. 

En los años 30, Hinojosa estaba sustentada en una economía integrada por «ramas de oficios, por un nutrido y hábil artesanado; en lo comercial no pasaba de lo indispensable para cubrir las necesidades de la localidad; en lo industrial, apenas nada, solo una sencilla fábrica de harinas. Lo destacado de por aquí era la tierra. Campos de secano agrícolas-ganaderos (…) la tierra estaba profusamente parcelada y repartida, en tal medida, que no pasaban de cuatro los titulares de patrimonios terrícolas relativamente elevados (…). Los pequeños y medianos propietarios lo llenaban todo; la mayoría de ellos eran ‘labradores’, esto es, cultivadores directos y personales -con su yunta de mulas-, y en número considerablemente inferior estaban los que asumían la explotación directa, pero no personal, sino valiéndose de mano de obra asalariada» (Antonio Leal Márquez, 1985 : 67). Cierto, que el paro de los jornaleros agrícolas era un problema importantísimo en la provincia de Córdoba, no hay que olvidar que un año después del segundo motín que ocurrió en 1932, se produciría el asesinato, en el pueblo vecino de Belalcázar, del alcalde Pedro José Delgado Castellano. El día 24 de marzo de 1933, dos obreros en paro asesinaron al alcalde por motivos muy confusos, según unos, por resentimientos políticos; según otros, porque fueron a pedirle trabajo y el alcalde se negó a facilitarles colocación.

Pero volvemos a lo nuestro, a la revuelta de las mujeres. La que sucedió en torno a los años 20, siempre me ha fascinado, es un episodio que siempre quise profundizar, por lo que me hice con el libro de Díaz del Moral y sufrí cierta desilusión. El autor no cita nada más que las líneas que he transcrito más arriba, ni siquiera indica las fuentes de la historia. Leyendo su obra se descubre que muchos datos los recoge de testimonios orales, aparte de que es muy impreciso en la concreción de las fechas, con lo que la búsqueda de fuentes es muy dificultosa, al no quedar claro si el motín sucedió en 1919 o 1920. 

Sin embargo, como se dice por ahí que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, a veces hay suerte; y en este caso he tenido la fortuna tropezar dos veces (las que tengo documentadas) con el pan. En 1932 sucedió una segunda revuelta del pan, también  protagonizada por mujeres, afortunadamente, el episodio está más documentado que el primero. El asunto comenzó con una denuncia realizada públicamente en las páginas del mejor periódico que hemos tenido en nuestra historia, el Hinojosa, que nació en 1930 como Seminario independiente y murió a finales de 1934 como Hinojosa, crónicas independientes. Se trataba de un diario de difusión semanal que salía los domingos, se vendía por suscripción previa y si quedaba algún numero suelto, se vendía en el kiosco, uno de la Plaza, claro.

Una denuncia –inserta en una sección llamada el «Fogonazo» del periódico Hinojosa de fecha de 31 de enero de 1932, núm. 71, pág. 8– encendió la mecha del pacífico polvorín. Al parecer alguien de la redacción había realizado un experimento empírico: se había provisto de una báscula y de una pieza de pan, y el resultado del tejemaneje, ocupó unas líneas del diario, poniendo el foco de atención en las panaderías: 

«Hasta ahora nadie sabía que un kilo y medio puede tener mil trescientos cincuenta gramos.
¡No se rían Vds., señores, ni vayan a pensar que por esta casa andamos mal con el sistema métrico!
Si quieren convencerse de nuestra afirmación, recojan en alguna panadería una pieza de pan y comprueben su peso en la balanza.
¿A que no sabe esto la Comisión de Abastos?».

El malestar, sin embargo, llevaba coleando algunos meses, pues el precio del producto básico de subsistencia no hacía sino subir. La tensión, finalmente, estalló el 18 de febrero de 1932, por el malestar de la población ante el aumento considerable del precio del trigo que había obligado a los panaderos a subir el precio de sus productos. El pan, junto con el paro prolongado que estaba padeciendo los jornaleros del municipio, lo que provocaba que el esfuerzo económico para comprar pan fuera excesivo, fueron los detonantes. Estos factores provocaron, como informa el Hinojosa de 21 de febrero de 1932, núm. 74, que ese jueves 18, «se organizara una manifestación de mujeres que en tono pacífico se dirigieron al Ayuntamiento para solicitar la baja del pan y la ocupación de los obreros». La solución propuesta por el alcalde, fue la entrevistarse con una comisión y en ella sugirió que una de las mujeres hablase por teléfono con el Gobernador de la provincia. En el transcurso de la charla telefónica, el Gobernador rogó que se cuidase el orden en Hinojosa y se comprometió a buscar una solución. Las manifestantes, conformes con el desarrollo de los acontecimientos, disolvieron la revuelta. Lo mismo que el motín anterior, el de ¿1920?, la solución fue, de momento, la misma. ¡Promesas, promesas!

El Hinojosa, después de rogar por el mantenimiento del orden, de ese «pueblo pacífico y tranquilo», insistió en ser paladín de la defensa de los derechos de los vecinos, por lo que insertó en la misma página la siguiente petición:

«Ruego a la Alcaldía en el nombre del pueblo
Aparte de considerar injustificada la subida del pan, las mujeres que se manifestaron públicamente el pasado jueves, coincidían en que se vende falto de peso en Hinojosa del Duque.
Cómo creemos que el Ayuntamiento tiene la ineludible obligación de velar por los intereses del vecindario, rogamos encarecidamente alcalde haga circular las oportunas ordenes a fin de que se evite en lo sucesivo esas defraudaciones».

Recorte del "Hinojosa", 21/2/1932.

La denuncia y el ruego del periódico, así como el peso de las mujeres que se habían manifestado de forma pacífica, provocaron que el Ayuntamiento tomara cartas del asunto. Así el Hinojosa de 28 de febrero de 1932, núm. 75, pág. 6, insertó esta noticia para el vecindario:

«EL PESO DEL PAN
Haciéndose eco de los comentarios que venían haciéndose por la ciudad y del ruego que formulamos en estas columnas el número anterior, la Alcaldía ha publicado un bando invitando al vecindario a que presente en el Ayuntamiento el pan que encuentren falto de peso.
Al mismo tiempo, la Comisión de Abastos está extremando su celo estos días, a fin de evitar los abusos enunciados en este asunto.
Aplaudimos las medidas de la Alcaldía y le agradecemos profundamente la diligencia con que ha atendido nuestro suelto».

Y a todo esto, algo tenía que decir también el Gobernador para poner coto al asunto y pasar página. ¿La autoridad temía el estallido social? Pues va a ser que no mucho, pues las mujeres solo consiguieron su objetivo en parte, en lo que se refiere a que no las engañaran en el peso del pan, pero en lo referente al precio, va a ser que no. Sorprendentemente, muchas familias cordobesas, en función de la jurisdicción donde tuvieran su residencia, estaban siendo discriminadas con respecto a otras que pagaban el producto a un precio máximo más bajo. 

Como informa el Hinojosa de 13 de marzo de 1932, núm. 75, el  Gobernador publicó una Circular fechada en el 1 de marzo de 1932, en el Boletín Oficial, fijando el precio máximo del quintal métrico de harina integral en toda la provincia a 62’50 pesetas, salvo en los partidos judiciales de Fuente Obejuna, Pozoblanco e Hinojosa del Duque, en los que señaló que el precio máximo de dicha unidad sería a ¡64 pesetas!

Noticia de la Circular del Gobernador.
"Hinojosa", 13/2/1932.


En fin… que tengan ustedes buena Feria de San Agustín, y olvídense de todo lo malo, que como dice el refranero ¡Pan y toros!



Sevilla, 11 de agosto de 2018


Documentación consultada:

Antonio Leal Márquez: La comarca de Pedroches (Córdoba) al comienzo de la Guerra Civil Española (1936), Madrid, 1985.
Feliciano Casillas Sánchez: El asesinato del alcalde de Belalcázar (Córdoba), ediciones Litopress, Córdoba, 2014; obra recomendada para quien estuviere interesado en profundizar en el asesinato del alcalde.
Joaquín Díaz del Moral: Historias de las agitaciones campesinas andaluzas, Alianza editorial, Madrid, segunda edición 1969.
Hinojosa, crónicas independientes, 31/1/1932, núm. 71.
Hinojosa, crónicas independientes, 21/2/1932, núm. 74.
Hinojosa, crónicas independientes, 28/2/1932, núm. 75.
Hinojosa, crónicas independientes, 13/3/1932, núm. 77.



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