domingo, 31 de diciembre de 2017

LA INDUSTRIA TEXTIL EN HINOJOSA DEL DUQUE A FINALES DEL SIGLO XVIII


Nada mejor que finalizar el año 2017 descubriendo otro detalle de nuestro pasado, en este caso las notas sobre la industria textil de finales del s. XVIII vienen de la mano de Eugenio Larruga, en cuya monumental obra se encuentran muchos detalles de la economía de Hinojosa del Duque, correspondiente a la etapa en que formaba parte de la provincia de Extremadura. 



PORTADA DEL TOMO 40 DE LAS MEMORIAS
OBTENIDA EN FORMATO DIGITAL EN LA
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA.


Traigo a colación estas notas sobre la economía de mi pueblo extraídas del Tomo 40 de las Memorias Políticas y Económicas sobre los frutos, fábricas y minas de España, publicado en Madrid en 1797, y que lleva por subtítulo: Ganados, Ríos, Comercio, Contribuciones, Ferias, Mercados y Manufacturas de seda y lana en la Provincia de Estremadurapor dos razones:

La primera, por haber tenido conocimiento del brutal descendimiento de habitantes en Los Pedroches producido en el año 2017 con respecto al año anterior, del que ha dado cuenta la revista Hoy al día, una constante desde hace un siglo. La razón principal al despoblamiento es la falta de perspectivas laborales en una sociedad agrícola-ganadera con escasa industria y que opta por adquirir los productos más competitivos de precio de las multinacionales. Este brusco descendimiento me recordó el pasado, donde el ganado lanar sí generaba una industria auxiliar destinada al autoabastecimiento de la población; el excedente era destinado a la venta fuera de la localidad. Productos que incluso tenían unas "marcas" propias.

La segunda, porque la Hinojosa fabril de finales del siglo XVIII daba considerable trabajo a las mujeres y  las niñas (no olvidemos que hablamos de otra época), evitando que ejercieran la mendicidad y, sobre todo, tenía un producto característico que podría rescatarse como reclamo turístico: las fajas de lino blanqueado con listas azules. Nuestros antepasados debían vestir de forma poco alegre, con ropajes de colores apagados, dado que la vestimenta de invierno se realizaba en los colores: "negro; pasa y clavo", de ahí que se comprenda la popularidad de las famosas fajas listadas.

Sin más, procedo a reproducir los párrafos que he considerado significativos del citado volumen, los cuales nos ofrecen detalles sobre los productos que se producían, el sistema de producción, incluso de una de las instituciones que, al día de hoy continua existiendo en Hinojosa del Duque, "la Hospitalidad de Jesús Nazareno".  Esta industria comprendía:

1.º- La fábrica de paños "docenos y veintiquatrenos".


"Hasta el año de 1730 se mantuvo la fábrica de paños docenos y veintiquatrenos con mucho crédito en Hinojosa del Duque: eran muchos los telares que habia corrientes y muchas las piezas que se trabajaban anualmente: hasta dicho año se distinguieron los docenos con esta señal XII. y los veintiquatrenos XIV. Desde este tiempo se fué minorando esta fábrica.
Está distribuida en el dia esta fábrica en quatro clases: primera de paños docenos de vara de ancho en limpio, bayetas también de vara con 6 telares para lo primero, y 15 para lo segundo, ocupándose 21 texedores, 3 tundidores, 14 cardadores, y 400 mugeres y muchachas en hilar y espinzar; la segunda de sayales para vestuarios de Religiosos Franciscos, es propia de Religiosos, y se compone de 7 telares, 4 cardadores y 100 mugeres; la tercera también de sayales de los Terceros, que para vestuarios de sus individuos Hermanos y Hermanas Beatas tiene establecida particularmente la Hospitalidad de Jesús Nazareno de esta Villa dentro de su misma casa, mantiene dos telares que los manejan dos Beatas, y las demás maniobras en las restantes se distribuyen: se labran colchas de cama y sobremesas, que guarnecen con fleco de la misma lana y de colores con que la hermosean bastantemente: se labran anualmente de 70 á 80 arrobas de lana, que producen 1400 varas; la quarta de telas botonadas guardatinadas con diferentes colores, y de ideas varias que sacan en el texido. En todo viene á trabajar esta fábrica con 34 telares, 157 varas: no se usa en estas fábricas de marca pública; solamente en los paños y bayetas al lado izquierdo de la faxa de la tela les pone el texedor su yerro ó señal que acostumbra." (Larruga, 1794 : 53-54).

2.º Los telares de lana que disponía Hinojosa eran 21, de ellos 6 se utilizaban para fabricar paños y 15 para fabricar bayetas (Larruga, 1794 : 104 y 105). Los datos ofrecidos son confusos, porque en otro lugar se señala que existían 4 fábricas, que disponían de 34 telares, los cuales daban trabajo a 556 personas.

Respecto a las fábricas señala que eran las siguientes: "primera de paños decenos de vara de ancho en limpio, y bayeta en ocheno, también de vara en limpio; lo qual se labra por sugetos particulares, y se ocupan 21 texedores, 21 telares, 6 para paños y 15 para bayetas, 4 bataneros y 3 fundidores, 1 prensero, 1 tintorero con su caldera (que también vá anotada en su lugar), 2 oficiales trabajadores en ella, 14 cardadores, y 400 mugeres y muchachas aplicadas á hilar y espicar, elaborándose de 800 á 19 arrobas de lana cada año, que producen cada una 10 varas de dicho paño batanado, ó de bayeta abatanada.
Segunda de sayales, que para vestuario de sus Religiosos, tiene particularmente establecida en aquel Pueblo el Convento de San Francisco, que mantiene 7 telares, 4 cardadores, 100 mugeres y muchachas, elaborándose de 1300 á 1500 arrobas de lana cada año, que producen cada una 18 varas de dicho sayal en ocho no batanada. Tercera también de sayales de Terceros, que para vestuarios de sus individuos, hermanos y hermanas Beatas, tiene particularmente establecida la hospitalidad de Jesús Nazareno y caridad de aquella Villa dentro de su misma casa; que mantiene dos telares, en que trabajan dos Beatas, distribuyendo entre las mismas el trabajo de las demás maniobras, haciéndose cada año de 10 á 12 arrobas de lana, que produce cada una 18 varas en ocheno de dicho sayal batanado.
 Y la quarta de telas botonadas ó arratinadas de dos tercias de ancho (regularmente para quien las encarga, y aun tal vez para comerciar) con diferentes colores, y de ideas varias que sacan en el texido, las quales sirven, unidos los paños, para colchas de cama y sobremesas, que guarecen con ñeco de la misma lana, y de colores que las hermosean bastantemente, haciéndolas muy apreciables dentro y fuera de aquella comarca donde ha llegado su noticia, empleándose en esta fábrica 4 tenedores, 4 telares corrientes; por cuyas manos se labran de 70 á 80 arrobas de lana año, que producirán 1400 varas." (Larruga, 1794 : 115-116).



3.º La fábrica de fajas.

"En Hinojosa del Duque hay una fábrica popular útilísima: se reduce á unos 500 talleres que manejan las mugeres, texiendo en ellos faxas de lino blanqueado con listas azules Un millon de estas faxas es lo que se fabrica por lo general al año. Se venden en las ferias de la Provincia. Es plausible esta aplicación, pues con ella las mugeres y niñas hallan trabajo, y con que subsistir sin necesidad de mendigar." (Larruga, 1794 : 130-132).


4.º La industria de la cordelería.

"También se hallan en esta Villa siete fabricantes de cordelería y atares, que surten al pueblo de los aperos para caballerías, para cuyo fin tienen 50 telarillos; y de cordelería fabrican unas 1500 arrobas de cáñamo. Estas manufacturas son muy útiles, porque circula el dinero, y no se conoce la mendicidad." (Larruga, 1794 : 131-132).


En cuanto al numero de telares de lino y estopa en Hinojosa había 50 telares, que daban  trabajo a 50 personas (Larruga, 1794 : 142).


En la fábrica de cordelería se "trabaja (...) todas clases en su especie, esto es, grueso y delgado, y cuyas maniobras anuales se regulan de 1500 arrobas de cáñamo, con que comercian en aquel pueblo y fuera de él los siete fabricantes". (Larruga, 1794 : 153).

5.º Industria de la piel. 


"En Hinojosa del Duque hay otra fábrica: se trabaja en ella suela, cordobanes, badanas y antes. No es creído su número, porque no pasa por lo general de 1600 pieles". (Larruga, 1794 : 175). En la que trabajan "unas 1000 pieles y 300 badanas, dando ocupación a 8 personas." (Larruga, 1794 : 184).

6.º Una fabrica de loza basta que da ocupación a 20 personas (Larruga, 1794 :  203).

7.º Industria del tinte.


También "en Hinojosa del Duque hay un tinté, quatro batanes y una prensa. En el tinte que es para lana se dan varios colores, y los mas regulares son negro; pasa y clavo". (Larruga, 1794 : 213). 

"No se expresa de qué materiales usan para los colores : solo se dice que para el azul usan de tinaco, y no de la yerba que llaman pastel ni de la orchilla; tampoco se dice si estos mismos materiales se crian ó no en aquel; terreno: solo se manifiesta conocerse allí la producción de la gualda, de que se hace mucho uso en los tintes; y que aunque se cria algún zumaque, y aun rubia, grana kermes ó granula, no hacen aprecio de ello aquellos naturales por ser muy escasas estas producciones. (Larruga, 1794 : 220).

8.º Existían 4 batanes de agua que daban ocupación a 4 personas (Larruga, 1794 : 221), estando destinados para el uso de las fabricas de lana que hay en el pueblo (Larruga, 1794 : 223).


Sevilla, 31-12-2017

lunes, 25 de diciembre de 2017

SOBRE UN «INCUNABLE» DE MIGUEL RANCHAL, IMPRESO EN HINOJOSA DEL DUQUE: «LOS PROFESIONALES DE LA MUERTE»



© María Dolores Rubio de Medina, 2017


Es un osado atrevimiento llamar «incunable» a un folleto que no ha sido impreso antes del año 1500, pero en lo tocante a las cosas de mi pueblo, Hinojosa del Duque (Córdoba), no soy objetiva ni razonable. Cualquier descubrimiento de su pasado que haya sido plasmado por escrito, y más una proclama sindicalista publicada en 1931, a la que he tenido acceso gracias a los buenos oficios de Dalmiro García, es para mí algo apoteósico por ser escasos los documentos impresos en Hinojosa que se conservan y a los que podemos acceder. Por esa razón he utilizado, inadecuadamente, la palabra «incunable».

El documento que lleva el impactante titulo de Los profesionales de la muerte, gira sobre la economía minera de uno de nuestros pueblos vecinos: Villanueva del Duque. Se imprimió en la Imprenta Buenestado de Hinojosa del Duque, en 1931 como se dijo, consta de 48 páginas y su autor, Miguel Ranchal, era alcalde de Villanueva del Duque.





Ranchal nació en 1902 en Pozoblanco y fue fusilado en 1940 en una playa de Barcelona; hombre de origines humildes y autodidacta, trabajó como cantero y llegó a ser empleado de minas y diputado provincial. Fue uno de los líderes sindicalistas de UGT en la SMMP (Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya). Los profesionales de la muerte es una de sus obras más desconocidas, hasta el punto que este documento no es citado en muchas de sus reseñas biográficas, como puede comprobarse en la Cordobapedia. 

Por mi parte, descubrí esta obra a través de la lectura de una entrevista realizada a Miguel Ranchal, y que fue publicada en el periódico Hinojosa, la conservo en unas hojas sueltas que no llevaban fecha. En esta entrevista el propio Miguel hablaba de su «libro», con el tiempo descubrí que había sido impreso en mi pueblo y que era una proclama que resumía los problemas de los trabajadores de las minas de «El Soldado» de Villanueva del Duque. En la línea de los grandes líderes obreros de finales del siglo XIX y de principios del XX, Miguel Ranchal trataba de despertar la conciencia colectiva de los mineros de su tierra como grupo de presión, con el apoyo del sindicato UGT, para que fueran capaces de enfrentarse a los capitalistas explotadores de la SMMP.

La estructura de Los profesionales de la muerte es la siguiente:

  •  Portada y portadilla.
  • «OFRENDA»«A los obreros mineros de la cuenta El Soldado-Villanueva. A los más encarnecidos, a los más atropellados por la jauría explotadora, a los que han dado un rendimiento incalculable después de dejar el jugo vital durante muchos años a una Empresa extranjera, sean lanados al hambre de la forma más cruda y odiosa. A todos dedico este modesto librito, que hace de sus trágicas vidas, un sencillo y justo relato. EL AUTOR».
  • «DOS PALABRAS»Constituye, en realidad, una reiterativa introducción en la que condesa la finalidad del documento.
  • VII Capítulos o apartados.  I (págs. 7-10); II (págs. 11-15); III (págs. 16-21); IV (págs. 23-29); V (págs. 31-36); VI (págs. 37-41); y VII (págs. 7-10). Las palabras «capítulos o apartados» son añadidos míos.
  • ContraportadaRelaciona las obras publicadas por el autor y el precio del documento: 65 céntimos.



Procedo a sintetizar el contenido de los distintos capítulos o apartados. A lo largo de esta entrada, por razones de simplificación, opto por citar el nombre de la compañía por sus siglas, aunque el autor, las escasas veces que la cita, lo hace por su nombre completo en español, pues era una empresa nacida en París. Procedo, pues:

I. En este primer apartado, el autor describe la decadencia de la localidad de Villanueva del Duque, un pueblo que en otros tiempos llegó a tener más de 11.000 habitantes y que en agosto de 1927, ya eran menos de 8.000. Desde el XIX se explotaba La Argentífera y Miguel se lamenta de que muchos obreros residían en la cuenca minera en «pocilgas casi derruidas» (pág. 8); siendo, la localidad, necesariamente, un destino laboral por la insuficiencia de mano de obra, por lo que tuvieron que «admitir centenares de hombres de pueblos limítrofes y lejanos» (pág. 8). 

Lo interesante de este apartado es que nos ilustra sobre los temores de los caciques  locales, curioso siendo el autor alcalde de Villanueva del Duque. Culpabiliza al poder económico local del hecho de que la ciudad no fuera más próspera. Explica que las oficinas de la Compañía no se instalaron en el pueblo, sino en la Cuenca minera, relativamente alejada con los medios de transporte disponibles en la época, porque a los caciques «de carácter hosco, agrio y desconfiado… No les interesa que nadie les interrumpa» (pág. 9). Este problema afectó a la línea de ferrocarril Conquista-Fuente Arco, que intentó instalarse en los años 1905-06, y que debía surcar el borde de la población. No pudo hacerse por el rechazo de la autoridad local, quien temía que los dueños de las nuevas industrias se hiciesen, además, dueños de la política local.

II. Describe los grandes beneficios que obtuvo la Compañía minera, coincidiendo con la Gran Guerra, y señala uno de los males de esta etapa: el desconocimiento de la legislación social provocaba que los mineros trabajasen 12 o 14 horas, sin que los mismos fueran conscientes de su capacidad para organizarse en sindicatos para exigir el respeto a sus derechos. Esta ausencia del poder obrero daba lugar a que la clase patronal «estuviese a todas sus anchas y haciendo cuanto le daba en gana» (pág. 11). Cuando se organizaban huelgas, la SMMP se negaba a aceptar a los sindicatos como interlocutores. 

Describe el nacimiento del movimiento obrero en la mina de «El Soldado», donde empezaron a crearse los primeros comités obreros, los cuales fueron boicoteados por la empresa, que ofreció cargos y mejores sueldos a los dirigentes [poderoso caballero es don dinero, como diría Quevedo]. En 1915 se constituyeron dos entidades obreras, una bajo los principios de CNT y otra de la UGT. Lamenta la falta de unidad de las centrales sindicales, manifestando su preferencia por las siglas UGT. Tras cierta mejora de las condiciones laborales, tras un periodo de inactividad sindical (1923-1927), se fundó un solo centro obrero, adscrito a la UGT. Villanueva, a consecuencia de los despidos y las inmigraciones realizadas por los parados en busca de trabajo, acabó convertida en un desierto (pág. 15).

III. En este apartado describe como, a principios de 1927, la sección sindical fue asentándose y acaparando poder hasta ingresar en la Federación Regional de Sindicatos de Peñarroya, que formaba parte de la Federación Nacional de Mineros en la UGT. El sindicato pretendía despertar la consciencia colectiva de los obreros, de los despedidos y de sus familias, los cuales, al no tener empleo, se veían obligados a pedir limosna para subsistir, a consecuencia del agotamiento de la Caja de Socorros del sindicato.

IV. En esta parte, Ranchal escribe que las caravanas de obreros despedidos se habían formado, según la empresa, por «el agotamiento del plomo». En su opinión, aunque la empresa no obtenía las ganancias de antes, el material no se había agotado, pues el pozo «Luisa» era viable. Parte de los trabajadores despedidos se recolocaron en la mina de plomo de «El Hoyo» (Ciudad Real). Ranchal denuncia practicas que con el tiempo acabarían siendo prohibidas: la existencia de economatos propiedad de la empresa de obligado uso por los trabajadores. Los mineros se veían obligados a adquirir productos en la cantina de la empresa; por si fuera poco, las viviendas, la barbería y el casino también eran propiedad de la empresa. A la SMMP sólo le faltaba ser dueña del sol y del aire, se lamentaba. Esa reinserción en «El Hoyo», a pesar de ser minas pertenecientes a la misma compañía, se realizó como si los obreros despedidos fueran nuevos, por lo que los trabajadores de «El Soldado» perdieron su antigüedad laboral de 10-15 años, recibiendo, en consecuencia, sueldos más bajos. Esa es una de las practicas que intentaba eliminar la la Federación Nacional de Mineros.

V. En este capítulo expone la escasa inversión que había realizado la Compañía en las minas para evitar los accidentes laborales. Denuncia que el 90% de los accidentes obedecían a ese motivo (pág. 33). Los hombres dedicados consolidar la estructura de las galerías para evitar derrumbes eran insuficientes; la producción era sacada al exterior con un relevo de 50 obreros, en lugar de 80, como hubiera sido preciso (pág. 34). El incumplimiento de la «Ley de Policía Minera» fue el origen de buena parte de los accidentes, pues establecía que ningún obrero podía trabajar solo en la mina, norma que era sistemáticamente incumplida. Durante la lectura de esta parte se comprende el título del documento: la falta de implantación de medidas que evitasen los riesgos laborales provocaba que, ante el altísimo paro, los obreros aceptasen realizar labores en lugares inseguros. Esos hombres eran, más que otra cosa, profesionales de la muerte, a la que están abocados al menor accidente.

VI. La labor realizada por la SMMP era propia de un «Plan de economías tan desequilibrado» que lanzaba a miles de obreros a la calle (pág. 37). Se centraba en aplicar despidos masivos para que sus negocios «salgan arriba» (pág. 39). Puntualiza que el plan era desequilibrado porque la empresa no podía exigir la misma producción con menos hombres. Concluye que el establecimiento de esa política había generado, sin embargo, excelentes resultados en términos de ganancias para la empresa, a los trabajadores solo les quedaba resignarse en el paro y la miseria o empezar en peores condiciones en la mina de «El Hoyo».

VII. Finalmente, trata de desenmascarar la política de la empresa, asegurando que la mina no estaba agotada y que la extracción del plomo solo podía lograrse con el esfuerzo de los hombres, cosa que no quería tener en cuenta la empresa, la cual «vive a la espera de tiempos que ofrezcan mejor bonanza» (pág. 42). Reconoce que aunque el precio de la tonelada de plomo había bajado, no lo había hecho hasta el punto de que la empresa perdiera dinero. 

Concluye diciendo que con sus palabras solo ha pretendido recordar la situación pasada, la presente y el provenir, e «intentar, por lo menos, la creación de una conciencia rectilínea entre los obreros que nos lean» (pág. 45) con la finalidad de que respondan a las indicaciones de la organización obrera, en concreto de la Federación de Obreros Mineros (UGT), con la pretensión de lograr mejoras en sus condiciones laborales.

El resumen expuesto de Los profesionales de la muerte sintetiza el contenido del «libro»; sin embargo, es preciso señalar que Ranchal, en muchas ocasiones, no realiza un relato cronológico de los acontecimientos. Su narración tiene saltos temporales que van adelante y para atrás, lo que dificulta la lectura y la compresión de los hechos históricos narrados. Se trata de un texto reiterativo y, en ocasiones, las ideas se exponen de forma muy desordenada, como si el autor no hubiera dispuesto de tiempo necesario para corregirlo en profundidad. Cabe pensar también, que mi impresión pudiera ser errónea y que la reiteración de los hechos había sido expresamente buscada por el autor. No hay que olvidar al colectivo al que va dirigida la obra, tampoco la influencia que hubiera podido tener en la redacción del documento la deformación profesional sindical del autor. Ranchal, como líder sindical y político, era un hombre muy acostumbrado a reiterar los mensajes ante los mineros y sus votantes para facilitar la compresión y asunción de ideas por parte de un colectivo que estaba escasamente formado.

Narra hechos conocidos por sus destinatarios por lo que no necesitaba detallar los lugares, las personas o los años relacionados con los acontecimientos; sin embargo, su lectura realizada cuando han transcurrido más de 75 años desde su muerte, muestra, por esa ausencia de detalles, un contexto económico, laboral y social de difícil compresión. A diferencia de los mineros a los que iba dirigida la obra, nosotros carecemos de esos datos que son necesarios para colocar la narración en un contexto. Afortunadamente dispongo de otras fuentes que facilitan la compresión de Los profesionales de la muerte, y que procedo a exponer:

1. La repercusión que habría tenido el asentamiento de las oficinas de la Mina de El Soldado en Villanueva del Duque, junto con su personal que hubiera tenido un poder adquisitivo medio-alto, hubiera sido similar a la que ocurrió en la zona de Peñarroya-Pueblonuevo, a consecuencia de la explotación de las minas de carbón por la misma SMMP. Pablo Manuel Rubio Ramos fue testigo de este cambio, pues su infancia transcurrió en un cortijo cercano a Pueblonuevo. Uno de los capítulos de su manuscrito titulado Relatos intranscendentes nos ilustra sobre parte de la historia que obvia Ranchal, también describe el cambio que supuso para la economía agrícola la instalación de los directivos mineros y sus familias en Pueblonuevo. Transcribo literalmente ese relato: 

«A medianos del siglo XIX, el descubrimiento de oro negro en el norte de la provincia de Córdoba, gracias al perro Terrible que tratando de sacar un conejo de la madriguera, desenterró carbón mineral, dio un vuelco en la precaria economía de la zona. El 6 de octubre de 1881 en el número 12 de la Lace Vendôme de París se constituyó la Societé Miniere et Metalurgique de Peñarroya, la S.M.M.P., con capital fundamentalmente extranjero, que explotó no solo las minas de carbón del Valle del Guadiato, sino otras muchas industrias.
Los pueblos de la zona, dedicados hasta entonces desde la más remota antigüedad a la agricultura y ganadería de subsistencia, cambian radicalmente porque muchos trabajadores se desplazan donde pagaban sueldos bajos, pero seguros, con independencia de la climatología. En las proximidades de Peñarroya se erige un pueblo minero al que dan el nombre de Pueblonuevo del Terrible. Al principio formado con chozas como las de los pastores; pero pronto fue un verdadero pueblo moderno con su iglesia dedicada a Santa Barbara y un gran Casino de Sociedad. Estos cambios convierten a la zona en un verdadero emporio industrial, porque la energía que se extraía de las Minas Antolín, San Rafael o el Porvenir y otras explotaciones se utilizaba para la manipulación de los ricos minerales de cobre y plomo del las Minas del Soldado, Villanueva del Duque y Alcaracejos. Todos se beneficiaban de las industrias establecidas en el conocido como «El Cerco», extensa área cercada totalmente, con la fundición de plomo, de hierro y acero, así como otras industrias auxiliares como la yutera, la papelera, fábrica de abonos, hornos y otros talleres complementarios, negocios beneficiados por la traída de agua corriente desde muy lejanos parajes.
Los directivos franceses se construyeron suntuosos chalets, mientras se formaba una población moderna y florecía el comercio donde podían comprarse los más variados productos, ya que el dinero fluía diariamente, aunque el sistema empresarial de la época controlaba con moneda propia la libertad de los empleados. Hasta la mitad del siglo XX ,la mayor parte de los mineros vivían en chozas de junco como los pastores, ya que muchos procedían de medios rurales que optaban por un sueldo seguro, aunque escaso: la sociedad minera no era pródiga con sus obreros.
Además de la creación de un nuevo asentamiento con ayuntamiento propio, unido mucho tiempo después a Peñarroya, se cambió radicalmente la vida de los pueblos y aldeas de las proximidades: Hinojosa, Valsequillo, la Granjuela, Fuenteobejuna y sus aldeas, así como de los cortijos —principalmente de La Toleda y La Patuda–. Estos lugares tenían próximo un pujante comercio plenamente abastecido y una plaza o mercado donde competían los abastecedores en calidad y precio; pero lo más significativo se manifestaba en que cualquier producto de huerta, el vino, la leche o los huevos tenía salida inmediata, acercándose el vendedor a las calles de Peñarroya-Pueblonuevo para colocar el excedente de producción de cada familia campesina. Normalmente se vendía el sobrante del consumo de cada casa, conformada con los productos de la matanza y los que producía el huerto.
El sistema laboral del pequeño terrateniente estaba organizado con distribución de labores. El padre se ocupaba de la labor con la yunta; dando algún real si le salía a los hijos que desde niños, y hasta que se marchaban al servicio militar, pastoreaban el ganado, principalmente cabras; mientras que la madre, cada mañana, se desplazaba con los cántaros de leche, hortalizas o chacinas según fuera la temporada, para visitar a sus habitantes y venderles el producto, trayendo a la vuelta sardinas y otros avituallamientos necesarios».

2. Para Ranchal los explotadores son «las empresas», las «empresas extranjeras» o los «capitalistas», elude citar a la SMMP, en lo posible, con su nombre o el de sus directivos. Mi impresión es que obró con cierta prudencia, por lo que es necesario tirar de otras fuentes para tener cierto conocimiento sobre estas empresas. A lo largo de su análisis, muy certero en cuanto a la explotación de los obreros y la inseguridad laboral, evita poner la decisión de cerrar la mina de la empresa en relación con el contexto económico de la época. La consecuencia es que nos encontramos ante un relato muy poco objetivo, pero justificable por humanidad, al centrarse en el colectivo más golpeado por el crack bursátil de 1929, no hay que olvidar que el folleto se publicó durante los plenos efectos de las consecuencias mundiales de ese descalabro financiero, en 1931.

Afortunadamente, como complemento de las opiniones de Ranchal, tenemos el estudio realizado por Manuel Ángel García Parody: El Germinal del Sur. Conflictos Mineros en el Alto Guadiato (1881-1936), editado por el Centro de Estudios Andaluces, 2009, 227 págs. A través de la lectura de este libro conocemos que la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya (SMMP), pese a su nombre tan cordobés, había nacido en la Place Vedôme de París (pág. 28), por esta razón, Ranchal viajó a esta ciudad en defensa de los intereses de los obreros que iban a ser despedidos.




La SMMP agrupó un auténtico emporio industrial, puesto que, como nos ilustra García Parody, el director general de la empresa, Charles Ledoux fue consciente de que producir hulla para el ferrocarril y las industrias locales (pág. 18) no era suficiente para tener una empresa pujante, tenía que ampliarla al sector metalúrgico, industria que sería puesta en funcionamiento con extracción de la hulla. La mina de «El Soldado» fue propiedad de la SMMP desde 1906 a 1932, y era solamente uno de sus centros de trabajo. El imperio comprendía la explotación de minas de plomo en varias localidades de Córdoba, Badajoz, Ciudad Real, Jaén y del extranjero (Francia, Marruecos, Argelia, Túnez, Turquía, Italia y Grecia); de carbón en varias localidades de Córdoba –entre ellas la mina de «El Terrible»– y Puertollano; así mismo disponía de fundiciones de plomo, cinc y desplantación (en localidades de Córdoba, Almería, Ciudad Real, Murcia, Jaén y del extranjero –Francia, Italia, Bélgica, Grecia y Argelia–); plantas químicas, plantas eléctricas, de laminación y de plomo;  fábricas de papel e incluso disponía de una explotación agraria, la finca La Garganta en Ciudad Real; por fuera poco, tenía inversiones en un total de 68 compañías diferentes. Con estos datos, se puede observar que mientras Ranchal se centra en la defensa de los puestos de trabajo de una localidad, aquella de la que era alcalde, para la SMMP la cuenta de resultados dependía de un conjunto de empresas sometidas a las economías de diversos países, y todos ellos estaban inmersos en una crisis económica brutal, derivada del crack de 1929.

García Parody describe las consecuencias que tuvo la crisis económica para la SMMP: «empezó a descentralizar sus centros en España y, en concreto, sus centros fabriles y mineros del norte de la provincia de Córdoba. La empresa ya había exprimido al máximo los recursos existente y las factorías dejaron de ser rentables. Por otra parte, la llegada de aires nuevos con la II República no fue del agrado de los responsables que hasta entonces contaron con la sumisión de las autoridades españolas. Fue el principio del fin de una empresa, ejemplo de la dura explotación capitalista y neo colonial del principio del siglo XX» (pág. 19). No hace falta, a tenor de lo expuesto, comentar que el agotamiento del plomo, que por lo visto no era tan real, fue solo una parte de los motivos del despido de los trabajadores de «El Soldado», los cuales fueron anunciados de forma gradual a partir del 13 de enero de 1932, una vez publicada la obra de Ranchal. 

En Los profesionales de la muerte se echa de menos que Ranchal fuera más exigente y que, aparte de las proclamas humanitarias para evitar que los trabajadores cayeran en la miseria por su despido, no ofreciera más soluciones  a los obreros que su pretensión de agruparlos en un frente sindical común con el que se pretendía combatir los abusos del explotador; sin embargo, descubrimos que esas otras propuestas existieron y que se recogen en la obra de García Parody. Este investigador nos ofrece información de las decisiones que se adoptaron ante unos acontecimientos inevitables. «Miguel Ranchal, secretario de la Sección del Sindicato Minero en Villanueva del Duque y alcalde de la localidad, inició desde ese momento una labor ingente en busca de soluciones al problema de los trabajadores de su localidad que le llevó incluso a desplazarse a París para buscar la compresión de los dirigentes de la Sociedad Minera» (pág. 105). A la postre, solo logró un acuerdo provisional para realizar cierto número de despidos, no de la totalidad de los trabajadores de la mina, pero en 1933 se volvió a los despidos masivos para tratar de cerrar la mina de «El Soldado».

Parece ser que las autoridades españolas actuaron de forma muy ingenua frente a la poderosa SMMP, a pesar de la existencia de informes que acreditaban que era verdad lo que decía Ranchal, que el plomo no estaba agotado. La débil actuación de las autoridades estaba provocada, entre otras cosas, porque –nos informa García Parody–, estaban centradas en tratar de solucionar el problema de la reforma agraria que pretendían llevar adelante.

Ante el inevitable cierre de la mina, Ranchal y su sindicato presentaron un plan:  pretendían seguir con la explotación minera por su cuenta, para lo que solicitaron un préstamo de 250.000 ptas. a la SMMP. La empresa se negó, alegó que otros colectivos solicitarían el mismo tipo de auxilio (pág. 106). Ante el fracaso de la iniciativa, se solicitó ayuda al Gobierno para hacer una cooperativa minera y evitar el desplome de la economía de la zona, pues la fundición de Peñarroya dependía del plomo de las minas de «El Soldado». Sin embargo, pese a todo lo expuesto, fue el triunfo de los sindicatos en la lucha para lograr mejoras obreras el trasfondo de la decisión de la SMMP de cerrar la mina, pues el endurecimiento de la legislación social provocó que tuviera menos ganancia (pág. 106). La normativa requería mayores inversiones en materia de prevención de riesgos laborales –recuérdese los accidentes denunciados por Ranchal–, menores jornadas laborales y mejores salarios.

Para concluir, tras la lectura de El Germinal del Sur, que ofrece otra óptica del mismo problema, hay que resaltar la valentía de un hombre, Ranchal, que se atrevió a enfrentarse a la poderosa SMMP y a su propio gobierno en defensa de la economía y los derechos laborales del pueblo del que era alcalde. Poco tiempo después, tratar de poner en práctica soluciones para «El Soldado» se había vuelto, definitivamente, una cuestión menor para un Gobierno que tenía que preparar el país para la Guerra Civil.



PD. No quiero cerrar esta entrada sin reiterar, de nuevo, mi agradecimiento a Dalmiro García, que hago extensivo a Emiliana Rubio Pérez, ambos responsables de que haya podido realizar esta entrada, al haberme facilitado acceso a ese pequeño «incunable» titulado Los profesionales de la muerte de Miguel Ranchal, que fue impreso en 1931 en Hinojosa del Duque.

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL MUNDO LABORAL EN LA OBRA DE LUISA CARNÉS


© María Dolores Rubio de Medina, 2017

Desde que leí la novela Tea Rooms, subtitulada Mujeres obreras, de Luisa Carnés (1905-1964), publicada por la editorial Hoja de Lata en 2016, –obra que se publicó por primera vez en 1934–, quedé abrumada por la cantidad de detalles laborales que se desgranaban a lo largo de sus páginas.


Tea Rooms fue escrita durante los meses de agosto de 1932 a febrero de 1933. Se trata de una novela en la que se describe, con tintes autobiográficos, la situación de una mujer de familia humilde que se ve obligada a trabajar en penosas condiciones en una pastelería-salón de té. Se detallan los abusos laborales que, a principios de los años treinta del siglo pasado, soportaba uno de los colectivos que tiene mayores dificultades para acceder y permanecer en el mercado de trabajo: las mujeres. Existe otro colectivo que tiene menores oportunidades laborales, los discapacitados, pero sobre este no se centra la obra de Luisa Carnés.
Bajo mi punto de vista, la particularidad que tiene la novela es el enfoque que adopta la narradora para desarrollar su historia. Es una obra escrita por una mujer y los personajes protagonistas son, también, otras mujeres trabajadoras. La narradora adopta la posición de una mujer tradicional que acaba descubriendo que el mercado laboral es el camino para redimir su condición de persona minusvalorada, hasta el punto que intenta abrirles los ojos a sus contemporáneas, como paso previo para mejorar las condiciones laborales a las que se ven sometidas. 
La autora se encuadra dentro la corriente literaria conocida como «narrativa social de la preguerra», antes había publicado las novelas Peregrinos de Calvario (1928) y Natacha (1930), esta última ambientada en un taller de sombreros, ocupación que también había desempeñado la propia Luisa, obligada a trabajar desde los once años por la pobreza familiar, por lo que se comprende la realidad de la descripción minuciosa de las duras condiciones laborales de las mujeres de su época.
En Tea Rooms muestra la situación de explotación de un colectivo que no dispone de los mecanismos sindicalistas ni de las leyes laborales necesarias para luchar contra ese empresariado que no es que sea más malo –o explotador– que el de hoy, sino que se amparaba en la costumbre, la ausencia de legislación laboral estricta y en la falta de inspección laboral para conseguir la máxima ganancia que le permitía el sistema. Por si fuera poco, descubrimos, que los más intransigentes con las necesidades y/o faltas laborales de los trabajadores de las escalas más bajas no son los capitalistas, sino aquellos que, años después, serían conocidos como «mandos intermedios» de las empresas. Este grupo de «jefecillos» son los que controlan, exigen e imponen las condiciones laborales a los trabajadores que están bajo sus órdenes. El control, para el colmo, como veremos, conlleva una simple contraprestación en especie (tener derecho a un plato de comida servido en el propio establecimiento).
Procedo a reseñar alguno de los párrafos que incluyen las situaciones o las condiciones laborales en las que se ven inmersos estos trabajadores «precarios» o sometidos a contratos «orales basura». Con ello solo pretendo señalar la intensidad socio-laboral que la autora ha impregnado su obra, lo que nos permite hacernos una idea muy realista de las duras condiciones laborales que imperaban en la primera mitad del siglo XX:
  1. Una (la trabajadora) «(…) no protesta nunca, al menos ante la encargada o el jefe supremo (…) [pero es consciente que] lo eficaz sería elevar a la dirección una protesta colectiva (…) pero tras muchas discusiones no se ha llegado nunca a un acuerdo: el temor de cada dependienta a perder el empleo ha ahogado la protesta» (pág. 42). Ese miedo, como sabemos, sigue latente hoy en día, especialmente en los períodos de crisis económica, cuando se acrecienta la dificultad para encontrar nuevo empleo, lo que ahoga las protestas. Los trabajadores, conscientes de esa dificultad, soportan estoicamente la rebaja de sus salarios o el empobrecimiento de sus condiciones laborales.
  2. «Los problemas de orden ‘material’ no han adquirido aún lo bastante preponderancia entre el elemento femenino proletario español. La obrera española (…) sigue deleitándose con los versos de Campoamor, cultivando la religión y soñando con lo que ella llama su ‘carrera’: el marido probable» (pág.43). La moralidad de la época que infravaloraba a las mujeres provocaba que su acceso al mercado laboral se viera como algo transitorio, como un mero ritual de paso, hasta que pescaba marido, a partir de ese momento, a él le correspondía cubrir sus necesidades (comida, bebida, vivienda), las que antes pagaba la mujer, malamente, con su salario. Por otro lado, la critica que la autora realiza contra la religión es otro de sus temas recurrentes; así lo descubrimos, por ejemplo en El eslabón perdido (Renacimiento, 2002, 310 págs.), dónde, por otro lado, existen varios personajes que desprecian a la mujer que estudia, al considerar que su deber es casarse y tener hijos.
  3. Muestra de manera ejemplar la discriminación de la mujer casada. Las empresas no admitían en sus plantillas a mujeres casadas o viudas (pág. 44).
  4. Expone con toda su crudeza los privilegios de los «mandos intermedios», los cuales tratan que perviva un sistema que los explota a ellos, para que, a su vez, puedan explotar a los que están más abajo. Se trata de privilegios en especie: «un camarero sirve el almuerzo a la encargada, en una de las mesitas del salón» (pág. 45), premio que despierta más estupor cuando descubrimos, a lo largo de la lectura de la novela, que el resto de las empleadas no lo disfrutan y que alguna tiene que comer pasteles defectuosos, a escondidas, para no pasar hambre, pues el escaso salario no es suficiente para mantener a la familia. 
  5. Nos muestra un sistema laboral en que los beneficios que se le dan a un trabajador, redundan en el empobrecimiento de los derechos laborales de los demás. Lo descubrimos cuando leemos que «(…) ha comenzado a disfrutar de sus quince días de vacaciones (…). Por este motivo (…) han sido suspendidas durante dos meses ‘las salidas’. Naturalmente, la noticia ha exaltado los ánimos. Se habla de elevar una queja a la Dirección. Probablemente, todo se quedará en palabras.» (pág. 55). Las salidas son unas horas de descanso semanal, pues «(…) les parece mucho descanso cuatro horas a las semana» (pág. 56). Lo peor de todo es cómo se justifica por la Dirección la supresión de «las salidas». Se argumenta que se han suprimido por exceso de trabajo; sin embargo, la narradora nos puntualiza que disfrutar de vacaciones estivales por parte de un trabajador no implicaba un aumento de trabajo de los restantes porque los clientes que acuden al salón se reducían, al irse, igualmente, de vacaciones. La Dirección, la mayoría de las veces, sólo se visibiliza como la última instancia a la que pueden dirigir sus quejas los trabajadores. Se habla de poner una queja, pero no se hace, hasta el punto que se teme que por la «(…) pasividad de las empleadas [a elevar una queja] se acabe aumentando la jornada y reduciendo los salarios» (pág. 59). La justificación para aceptar los abusos es que, en caso contrario, quien protestase tendría que enfrentarse a un despido en un momento en que «(…) la crisis de trabajo se agudiza en el mundo entero» (pág. 60).
  6. La arbitrariedad extrema de los jefes llega a extremos tan absurdos, que, en otro contexto, serían cómicos. Esto ocurre, por ejemplo, cuando una empleada es despedida por haber chillado al descubrir un ratón en el establecimiento. Sus superiores consideran que con su comportamiento había puesto en tela de juicio «(…) el buen crédito de la casa» (págs. 67-69). Ahora bien, desde el punto de vista de los superiores, este despido entra dentro de lo razonable, puesto que se parte del hecho de que el aprendizaje laboral hay que pagarlo, incluso con «(…) humillación y lágrimas» (pág. 79), razón por la que los propios trabajadores se encuentran aculturados en una filosofía que les impide rebelarse contra los comportamientos despóticos de sus jefes.
  7. El papel que desempeñan los sindicatos no es el mismo para todas las trabajadoras, aunque a la protagonista su actividad le abre los ojos, para otras «(…) son centros de corrupción (..)» donde se incita a los obreros a la rebelión contra quienes «(…) les dan el pan» (pág. 81). La desconfianza en los sindicatos es total por parte de las trabajadoras más beatas, lo que es compresible cuando recordamos que la resignación ante lo que envía Dios –junto con la esperanza– es una de las características del catolicismo, a diferencia de los protestantes, que ven el trabajo como un elemento para enaltecerse y prosperar. Sin embargo, esta resignación tiene un límite: solo es tolerable cuando el abuso procede del jefe inmediato y no es repugnante, lo que se prueba cuando leemos: «Una tiene un jefe inmediato (…) y al que hay que soportar gruñidos y chistes idiotas (…) si la dirección choca con el jefe inmediato, éste paga su disgusto con la pobre auxiliar (…). No se está obligada a tolerar otras impenitencias que las del jefe inmediato (…). Se dan casos verdaderamente repugnantes; caso en que los auxiliares se han visto obligados a denunciar al jefe inmediato o a pedir, con un pretexto cualquiera, su traslado a otro departamento de la casa. Eso tratándose del jefe inmediato, que cuando es el director quien origina las cosas, entonces el problema es de fácil solución: no hay más que coger la puerta… Y, a comer moralidad» (pág. 88). Los obreros que describe la autora se sitúan en la ideología de la izquierda republicana, están convencidos «(…) que se acerca el fin de los patronos y de los capitalistas y que nosotros, los pobres, dejaremos de pasar hambre y calarnos los pies todos los inviernos» (pág. 157). Por cierto, años después, la autora pasó hambre y se caló los pies hasta el infinito, cuando entró en Francia, huyendo con la población civil y los soldados republicanos de los «fascistas». Murió en México, en 1964, a consecuencia de las heridas causadas por un accidente de coche. En su nuevo país de residencia tampoco encontró el sitio ideal, aquel del que habla alguno de los personajes obreros de Tea Rooms, que menciona a Rusia como el país en el que cada día se abren fabricas y donde los obreros, especialmente las mujeres, no tienen que pasar meses y meses recorriendo la ciudad para buscar trabajo (pág. 158).
  8. Aunque no resulta frecuente, la autora recoge también alguna situación en la se obtienen beneficios laborales, es el caso de un heladero de la empresa que inventa un helado italiano que es del gusto de la clientela, por ello «(…) goza de una bonificación de jornal, y de cuatro horas de asueto por cuarenta y ocho de trabajo» (pág. 106).
  9. Durante las huelgas son los propios empresarios y sus familiares los que, tras los cierres echados, trabajan en el negocio (pág. 143). El comportamiento de los huelguistas de aquellos tiempos ha cambiado poco con respecto a los actuales, pues no respetaban la libertad para trabajar. Los huelguistas «(…) recorren las calles e investigan la identidad de los camareros ocasionales que actúan en cada local, vigilan escrupulosamente para evitar el esquirolaje (pág. 143). Consideran a todos aquellos que no son solidarios (es decir, que no hacen huelga), esquiroles (pág. 148). Respecto al papel de los empresarios en relación a la huelga, en el salón de té se les da a los camareros libertad para unirse o no al paro laboral, pero si se declaran en huelga «(…) tendrán que atenerse a las consecuencias» (pág. 144) y algunos de ellos tienen «(…) mujeres e hijos que mantener» (pág. 144).
  10. Lo más terrible es que la autora nos descubre que la miseria familiar genera una aculturación en la que muchos niños son adiestrados para mentir sobre su edad para acceder al mercado laboral con 11 años, pues se les enseña a decir que tienen 14 años (pág. 159).
A medida que avanzamos en la lectura, vamos asistiendo al sutil cambio que empieza a producirse en la mentalidad de la empleada de la pastelería, cada día más consciente de los abusos que recaen sobre ella y sus compañeras. Así se va transformando en una mujer nueva (en este punto las ideas de Carnés me recuerdan las de la novelista Laura Esquivel). Se convence, bajo una óptica muy sindicalista, que no sólo existen dos caminos para la mujer: la prostitución o el matrimonio, que hay una tercera vía que es «(…) la lucha consciente por la emancipación proletaria mundial» (pág. 200). 

Aunque Luisa Carnés parece inclinarse en sus crónicas periodísticas, novelas y memorias por la defensa de los derechos de las mujeres, especialmente de aquellas que luchan para lograr su emancipación a través del trabajo, y no depender de un hombre, hay que señalar que también utilizó sus dotes de narradora social para relatar las particularidades laborales de otros colectivos que realizan trabajos poco comunes, de forma retribuida o no; aunque no es frecuente. 
Así, por ejemplo, nos introduce en las duras condiciones laborales de los hombres del campo en el cuento «[Olivos]», incluido en el volumen Trece cuentos (1931-1963), publicado por la editorial Hoja de Lata en 2017. En ese relato los aceituneros tratan de mejorar, sin conseguirlo, sus condiciones laborales en una época en la que se veían sometidos a unos terratenientes que se aprovechaban del hambre del jornalero y su familia, para pagarles sueldos bajísimos. El texto se contextualiza sobre una relación laboral abusiva en la que se «(…) discutía el jornal, se peleaba horas y días. El contrato comprendía toda la familia, incluso las mujeres y los niños. Se regateaba y, finalmente, se llegaba a un acuerdo» (pág. 61).

Portadas de "Trece Cuentos" y "Tea Rooams", publicadas por la editorial Hoja de Lata.

Vuelve a su tema favorito, el trabajo de la mujer en «Montserrat, heroína catalana», texto incluido en De Barcelona a la Bretaña Francesa [Memorias] (Renacimiento, 2014, 320 págs. En este volumen se incluye también La hora del odio, Narración de la guerra española). A través de la figura de Montserrat, Luisa  describe las interminables jornadas a las que estaban sometidas, durante la Guerra Civil, las obreras textiles para producir más. El exceso de trabajo hace que Montserrat pierda un brazo, que le arranca una máquina. Descubrimos que las mujeres iban siendo «(…) rápidamente acopladas a los puestos de trabajo que dejan los hombres» (pág. 80). Las mujeres pasaron a estar en todas partes: «(…) en los cuarteles, para la carga y descarga de camiones, para cornetas, para los trabajos de recuperación de materiales, en los surtidores de gasolina, en el transporte, en los servicios sanitarios, en los restaurantes, en la Administración del Estado… Y cada una de ella quisiera ser dos, para el trabajo» (pág. 81).

Portadas de las obras editadas por Renacimiento.

En el mismo libro, en otro capítulo titulado «Una fortificadora de Madrid» (págs. 91-101), asistimos a la espeluznante crónica de la vida de una mujer embarazada que trabajaba fortificando Barcelona porque su bebé tenía que nacer libre, y que formó parte del grupo «(…) de fortificadoras ametrallado por los invasores italianos en la Diagonal de Barcelona» (pág. 101).
También en las memorias De Barcelona a la Bretaña Francesa, se detalla el sistema de trabajo voluntario que, dentro de los refugios y campos de concentración franceses, se ven obligados a realizar los exiliados republicanos españoles que huyeron de España para sobrevivir. Este colectivo fue, posteriormente, canalizado, previa reclamación, hacia otros destinos, muchos acabaron en México. Ejemplo de esto es el capítulo titulado «Monsieur le Directeur y Madame Renoir» (págs. 223-233). Curiosamente, en este capítulo se descubre que la aculturación laboral es tan intensa que las cosas o las instituciones laborales se adaptan a la vida privada, así las mujeres de estos refugios que no habían recibido carta de sus familias, que estaban en otros campos de concentración o refugios, fundaron «(…) el Sindicato de las Sin Carta.
Claro que conforme pasó el tiempo, el sindicato se fue quedando sin afiliados» (pág. 233).
La narrativa social de Luisa Carnés nos permite adquirir nociones de las condiciones laborales existentes, en vida de la autora, en otros países, en concreto de México, país al que llegó desde Francia –a donde había huido tras la caída del frente republicano– en mayo de 1939 a bordo del «Veendam». Así, en su novela El eslabón perdido (Renacimiento, 2002, 310 págs.), describe las duras condiciones laborales en las que se vieron inmersos los exiliados republicanos españoles, muchos de los cuales llegaron a ese país creyendo que, en breve, retornarían a España. La realidad y la firma de los pactos del franquismo con Estados Unidos (1951-1953) les hizo darse cuenta de su error: que no volvería a gobernar el gobierno republicano que habían conocido. 

Recorte de "España Popular" 15-3-1964, periódico editado en México
con la noticia de la muerte de Luisa Carnés, obsérvese su vinculación
con la defensa de los derechos de la mujeres. La noticia resalta que
el accidente ocurrió el 8 de marzo, a la vuelta de una Jornada Internacional de la Mujer.

La sociedad mexicana les fue más favorable a aquellos españoles que se naturalizaron para acceder a mejores empleos, que a los que no quisieron optar por esa vía. Los exiliados que prosperan en la novela son los personajes más pragmáticos y realistas; los cuales renuncian a parte de sus ideales para adaptarse mejor a un terreno en el que encuentran oportunidades. Por contra, aquellos otros –como el protagonista de la novela, un maestro exiliado–, que pasan sus mejores años sin intentar integrarse en su país adoptivo, soñando con el día en que volverán a un lugar en el que ya no tienen casa, familia o trabajo, son los que tienen más dificultades laborales y, por ende, económicas. Los derrotados sociales y laborales son hombres que, a lo largo de la novela, se arrastran en profesiones de mala fama (sobre todo como representantes de comercio) y así pasan años malviviendo y ahorrando lo que pueden para enviar algo a la familia que dejaron en España, la cual subsiste en peores condiciones.
Quizás estas notas contribuyan a que la gente vea a Luisa Carnés como una mujer muy luchadora con las injusticias laborales de su tiempo; y para que se lea su obra no sólo porque es una autora que está de moda.


           Hinojosa del Duque-Sevilla, 9-16 de diciembre de 2017.