Hace años transcribí un texto que mi padre dejó garabateado sobre unas cuartillas, hablaba de la escala social hinojoseña de los años treinta del siglo pasado. Recordaba, vagamente, que en el mismo se citaban varias devociones hinojoseñas y una procesión llamada de la "Cojoná", por celebrarse antes de la siega. En mi memoria quedó asociada, erróneamente, con los primeros días de mayo, por lo que la vinculaba con la Virgen de Guía.
Cuando he rescatado el texto, sorprendida, me he dado cuenta que estaba equivocada, que una procesión que aún se celebra, se conoció como la "Cojoná", pero no tiene que ver con la Virgen de Guía.
Vamos con la historia y con su narrador, Pablo Manuel Rubio Ramos.
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LA ESCALA SOCIAL HINOJOSEÑA
por PABLO MANUEL RUBIO RAMOS
Para quienes desconozcan la escala social de las gentes dedicadas a las tareas ganaderas, principal actividad económica de Hinojosa, diremos que se hablaba de propietarios cuando eran dueños de tierras suficientes para vivir de sus rentas sin trabajarlos, ya explotadas directamente con criados, ya administradas por un encargado o aperador, figura lo más parecida a un socio laboral; también arrendando sus propiedades. Los pastos se aprovechaban con ganaderías propias o mediante arrendamiento a ganaderos de ovino. Las montaneras se explotaban con piaras de cerdos, grandemente consumidos por su calidad; se desconocían las vacas en explotaciones ganaderas. Desde antiguo los ganaderos procedían de Soria o Segovia que desplazaban los rebaños por las cañadas y sendas de la Mesta, gente que cuando dejó la transhumancia se afincaron en la zona, comprando quintos y dehesas.
El segundo escalón lo ocupaban los labradores, importante y amplio sector que formaba la elite social. Cultivaban tierras propias, a veces incrementadas con arriendos o aparecías de parcelas propiedad de artesanos que completaban el numero de fanegas para dar empleo a la yunta y mulero o criado para todo. Su administración era poco importante: una libreta para anotar las entregas de productos al herrero, al carpintero, al barbero y al criado. El dinero escaso se destinaba a pagar la contribución y comprar lo más necesario por Feria. En general, eran personas autosuficientes, dentro de las estrecheces propias de años de sequía o muy lluviosos, que mermaban sus ingresos. Se ocupaban de vigilar al mulero y de visitar sus propiedades a caballo cuando jóvenes y en burra pacífica cuando viejos; la mayor parte del día lo pasaban en el casino. Se casaban al volver del Servicio Militar con personas de su igual categoría y, como hasta fechas recientes sus expectativas de vida rondaban los sesenta, los hijos se hacían pronto con el patrimonio familiar, heredando también de sus padres la pertenencia a la Cofradía del Santo Entierro de la Catedral de la Sierra o de la de Nuestro Padre Jesús Nazareno de la iglesia de la Caridad.
En orden inferior, situamos a «los del campo», pequeños propietarios que llevaban personalmente la explotación de su cortijo en el que vivían, simultaneando la elemental agricultura con el huerto, la viña, su olivar y pequeñas ganaderas de ovejas o cabras y cerdos para la matanza que cuidaban los hijos del cortejo o algún jovenzuelo o viejo que completaba su vida laboral en un mundo sin derechos de jubilación.
Las explotaciones ganaderas de propiedades más extensas eran objeto de contratación verbal por San Miguel, con pago en especie y libramiento en la tierra de once o veintitrés ovejas propias del pastor con las que repartir proporcionalmente las ganancias. Se clasificaban en mayorales, pastores y zagales que vivían junto a la ganadería en chozos de juncos; y aquellos los últimos, en las llamadas «rosqueras» que eran pequeños chozos montados en parihuelas transportables.
Corrientemente se hablaba de propietarios de «media costilla» cuando necesitaban casarse con mujer que le aportaba la otra mitad de una yunta.
Otro tipo de empleado fijo era el puntero o mulero, dedicado al laboreo del campo, aunque realmente fuera criado para todo. De ahí la anécdota que cuentan:
Se asomó el mulero a la puerta y al comprobar que llovía, dijo:
–Agua Dios y venga mayo que ajustado estoy por año.
Y el amo le contestó:
–Agua Dios y mayo venga; que si no vas a arar, irás por leña.
El último peldaño del escalafón de este entramado social lo constituían los jornaleros –hombres que viven por sus manos, como nos enseña Jorge Manrique– que no tenían empleo fijo y se contrataban por jornadas o cortos períodos de tiempo en la Plaza cada mañana, donde esperaban a que los patronos los sacaran y los mandaran al tajo.
Todas las clases sociales festejaban por igual: las matanzas de cada año; la fiesta de San Antón, dando las preceptivas tres vueltas a la Iglesia Parroquial con sus mejores mulas ataviadas; acudían a San Sebastián donde los piñones era compra necesaria; celebraban el carnaval, comiendo chorizo y relleno; y tomaban parte en la romería de la Virgen de Guía con carros, caballos y mulas enjaezadas, y los menos pudientes con sus burros y mantas de jerga. Todos a implorar las lluvias de mayo.
1975 - La Virgen de Guía camino de Hinojosa del Duque. |
En Semana Santa procesionaban con su cofradía, en especial la del Santo Entierro, de número restringido de cofrades, reservado a familias más pudientes, de acceso hereditario; o en la más populosa, la del Corpus, conocida como la «Cojoná», no por irreverencia, sino porque el comentario unánime en las filas era: «este año ‘no cojo ná’», referido a la cosecha de la que los hombres de la agricultura nunca se sienten satisfechos hasta que alguna de las hijas llega a edad casadera. A partir de ese momento, todo es riqueza, abundancia de rendimientos de los trigos en las parcelas del Cerro Picacho para que los de su misma clase social fijaran la atención en la mozuela. Las bodas respondían, en muchos casos, a los intereses de los padres. No había padre con hija casadera que no aspirase a comprar el Quinto Romero, que todavía sigue sin venderse.
En esta sociedad clásica y clasista, a la vez, el grupo más característico e importante era el de los labradores. Hombres formales que prescindían de los escritos y eran fieles cumplidores de la palabra dada. No rudos, pero sí «abrochados».
(...).
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