domingo, 5 de noviembre de 2017

LA HINOJOSA DEL BRIGADIER ROMERO


© María Dolores Rubio de Medina, 2017


Don Francisco de Paula Romero y Palomeque, nació en Sevilla en 1811 y fue el tercer hijo de los Condes de Monteagudo, don Pablo Romero y doña Lorenza Palomeque. Era hombre pródigo en apodos, pues fue conocido como el Condesito –en Hinojosa–, Mil hombres, Romero o el Brigadier Romero –nombre que lleva una calle de Hinojosa–. Sobre su vida, especialmente sobre sus hazañas bélicas, gira el contenido de su biografía, que fue escrita por Alberto Risco y se titula Don Francisco de Paula Romero y Palomeque (Madrid, 1917, 620 páginas). Sin embargo, para tener conocimiento de la biografía de este personaje, recomiendo consultar cualquier enciclopedia, pues esta entrada tiene la finalidad de señalar los aspectos del libro que considero más interesantes en relación con Hinojosa del Duque.
Portadilla de la biografía escrita por Alberto Risco.

En la obra se menciona con relativa frecuencia a Hinojosa, como corresponde, al ser un lugar habitual en las idas y venidas del protagonista a lo largo de su vida. Sin embargo, pocas veces se describen los escenarios o la disposición urbanística de l pueblo, su economía o el carácter de sus habitantes, a pesar del sorprendente apego que tiene por esta localidad el Brigadier. Por estas razones, solo mencionaré los párrafos que considero significativos; ahora bien, advierto que el libro es una proclama elogiosa sobre un personaje para investirlo de los atributos correspondientes a los héroes, por lo que está escrito bajo una óptica que sería impensable reproducir hoy en día. Este enfoque resulta compresible cuando reparamos en que fue escrito a principios del s. XX, siendo su fuente principal las notas tomadas por el propio Brigadier, por lo que se comprende su carácter elogioso, puesto que todos tendemos a hablar de nuestras habilidades, antes que de nuestros defectos. 

De los hechos relacionados con Hinojosa, me han llamado la atención cuatro aspectos: a) La austera descripción de Hinojosa, realizada muy a lo Fernán Caballero, con ciertos tintes negativos. b) La mención a una casa, en la que hoy se encuentra el conocido «Mesón el Condesito», edificio que aún conserva no solo los vestigios de la disposición carcelaria que tuvo, sino también parte de los elementos citados en el libro. c) La descripción del clima de Hinojosa. Y, d) el componente bélico de la obra que acaba siendo absorbido por la fuerza de la religión. Paso, pues, a reseñar esos puntos:

I. En Hinojosa del Duque se encuentra la casa solariega en la que el Brigadier, de niño, pasó sus vacaciones, viviendo sonadas aventuras con los animales del corral. De joven, Hinojosa y sus alrededores fueron el lugar ideal para que nuestro personaje practicara la caza (codornices, conejos y jabalíes) y se ejercitara en el arte de estar en forma para la guerra. De maduro, el pueblo donde recargaba las pilas de la dureza de las contiendas y dónde se refugió su familia de los desordenes causados por los conflictos políticos y bélicos. Ahí nació el segundo hijo del primer matrimonio del Brigadier con la bilbaína doña Facunda de Bolloqui, de la que enviudó pronto. Cuando contrajo su segundo matrimonio con doña María de los Angeles Balmaseda y Gómez de Bravo, de Cabeza del Buey, las estancias del Condesito se orientaron al pueblo de su mujer; lo que resulta comprensible, entre otros beneficios, por sus mejores medios de comunicación, puesto que se trata de una localidad que disponía –y dispone– de ferrocarril. De hecho en el libro se menciona que la reina Isabel pasó por la estación de Cabeza del Buey en 1867, camino de Lisboa (Risco, 1917 : 541). De viejo, Hinojosa fue para el Brigadier el lugar en el que esperar la muerte.

Sin embargo, pese a estas continuas referencias, hasta las págs. 81 y 82 del libro, no encontramos la primera descripción del pueblo, que «…se tiende sobre una inmensa planicie de tierra arcillosa y productiva, casi sin más declive que un montículo, cuya falda arranca de las últimas casas del pueblo, sube en caprichosa ondulación y termina en una meseta estrecha, lo suficiente para servir de pedestal a una ermita pequeña, pero hermosa, llena de monumentos que garantizan la piedad y la acendrada fe del pueblo, y a la cual los habitantes llaman sencillamente El Cristo.
Desde aquel mirador, fabricado por la mano de la naturaleza, divísanse en las lejanías del horizonte, que cierra la vega, algunos pueblos, blanqueando entre el gris ceniciento de la roca unos que hoy han caído a tierra, azotados por la mano de la emigración y del hambre, y otros que han subido como la espuma, enriquecidos con los productos de las famosas minas. Uno se conserva lo mismo que antaño, tan viejo, tan imperturbable, sentado a la sombra del despotricado alcázar nazarita, como uno de esos viejos patriarcas de pueblo, que ni necesita de la civilización para ser feliz ni tiene empeño ninguno en remozarse con los revoques coquetones de las urbes modernas. Ese es Belalcázar, tan próximo a Hinojosa, que muchas oraciones saldrían por la mañana desde las estrechas ventanas de Belalcázar y llegarán en un abrir y cerrar de ojos hasta el Cristo de Hinojosa, como bandadas de torcaces palomas, que van a posar su vuelo en la cruz donde remata la linda ermita». 

Belalcázar, vista desde lo alto de la loma donde está situada
la ermita del Cristo de las Injurias. 9 kms. separan a ambos pueblos.

Recomiendo tranquilidad para los zorrunos, pues también Hinojosa es descrita de forma anodina e insignificante como pueblo. El libro se limita a mencionar, la mayor parte de las veces a Hinojosa vinculándola con sus monumentos religiosos, sus aires serranos o su caza. Conviene recordar que otros autores han insistido en descripciones negativas de Hinojosa, como es el caso de Fernán Caballero en La Farisea quien dice que «Hinojosa es un pueblo de Extremadura, grande, tranquilo y triste, asentado en una llanura; sus horizontes los forman montes que lo encierran en su llano y hacen difíciles todas las comunicaciones. Apartado de las pocas carreteras que cruzan á España, puede que deba su sosiego á su aislamiento. 
Al salir de una dehesa de encinas, se atraviesa un llano ó prado, en el que en verano se disponen las eras, y se llega á una gran cruz de piedra que sobre su frente lleva el pueblo en señal de cristiano: álzase sobre gradas, que sirven de asiento á los pasean tes. A la entrada del pueblo se vé el pilar (…)» (Caballero, 1902 : 53).

Ambos autores describen Hinojosa desde ángulos opuestos. Desde el Cristo, Risco; y entrando desde la carretera de Córdoba, Fernán Caballero; sin embargo tienen un punto en común y es que sus descripciones confluyen en las fuentes de la localidad como elemento identificativo, así por ejemplo, Alberto Risco escribe: «El Condesito y su tío han subido a rezar un Credo y al mismo tiempo a esparcir su vista por aquel abierto panorama que se tiende a sus pies. Después de sentarse un rato en el poyo del vestíbulo, que da acceso a la capilla, con verdadera fruición, recibiendo a dos pulmones el aire serrano impregnado en esencia de tomillo, que en cada bocanada lleva al organismo un año de vida, comenzaron a descender por aquella sierpe que se arrastra desde la plazoleta, y bajando en curvas elegantes se mete en las primeras calles del pueblo, por detrás de la fuente pública» (Risco, 1917 : 82).

Uno de los poyos exteriores de la ermita de El Cristo,
el poyo del vestíbulo no existe en la actualidad.

Las Concepcionistas de Hinojosa, delante el Pilar.
La fotografia procede del "Portafolio Fotografico de España. Andalucía.
Provincia de Córdoba", principios siglo XX.


II. La primera referencia que el libro realiza a Hinojosa es para describir la casa solariega en la que pasó grandes temporadas la familia del Brigadier y que pertenecía a un hermano de su madre, don Francisco Palomeque. Esta casa no llegó a ser heredada por el propio Condesito porque la esposa de su tío optó por dejarla en herencia a sus propios sobrinos (Risco, 1917 : 87). Posteriormente, nuestro personaje estableció «(…) sus cuarteles de reemplazo en casa de su tía Bernarda Palomeque, prima hermana de su santa madre…» (Risco, 1917 : 409). Esta casa, junto con las fincas, si fueron heredadas en su momento por el Condesito (Risco, 1917 : 434). Sin embargo, su querencia por Hinojosa no llegó al punto de acapararla, pese a sus medios económicos; así por ejemplo, cuando en 1876 se pusieron en venta las dehesas que formaban los propios de Hinojosa del Duque, sus amigos le escribieron para que adquiriera alguna de ellas, a lo que se negó por entender que como no era vecino de Hinojosa –residía en Cabeza del Buey– no tenía derecho a poseerlas, no siendo de su gusto el hecho de poder ser objeto de una reclamación judicial por parte del pueblo de Hinojosa por no ser residente. Hombre de honor, por tanto, de los que hoy, a nivel político, andamos tan escasos. 

La fachada de la casa en la que pasó parte de su infancia el Brigadier Romero, en la actualidad.

En la casa que perteneció a don Francisco Palomeque, se encuentra el conocido «Mesón el Condesito», que fue cárcel durante los años 40 del siglo pasado. Es el restaurante que, hoy en día, es objeto de curiosas preguntas por parte de mis amigos sin vínculos con Hinojosa, por su aparición estelar en ciertos programas relacionados con los fenómenos paranormales. La fisonomía actual del mesón conserva ciertos elementos mencionados en el libro, por ejemplo, cuando dice: «En la casa solariega de Hinojosa del Duque, aquel casero de zaguán, empedrado de chinarros negros y blancos, de pequeño jardín con cobertizo de madera y de inmenso corralón de gredosa y suelta tierra, siguió siendo el terror de las gallinas, que a su sola vista, ante el fantasma sólo de Mil Hombres, comenzaban a coro el grito de ¡Delenga Carthago! y buscaban los palos más altos del oculto gallinero, que les servía de guarida; (…) siguió siendo impenitente rejoneador de caballos y perros, que al sentir los pasos, anunciando su presencia en la aurora, relinchaban de placer (…), siguió siendo el veterano corredor de perdices y conejos (…), siguió siendo el manirroto protector de aquellas gañanía de la sierra, donde el doble que las habitaba, al verle pasar (…) se quitaba respetuoso el sombrero (…)» (Risco, 1917 : 47). 

Los chinarros en blanco y negro de la entrada del actual Mesón el Condesito.


Conviene aclarar que el libro se refiere a las incursiones de un niño en el interior de la casa de su tío, pero es curioso que, además de los chinarros del suelo, hoy tengamos «un fantasma» o «ese algo» que aparece en la grabación hecha por un conocido programa de televisión. Unas páginas más adelante, tenemos una nueva descripción de la casa, que también se ajusta a la disposición actual del restaurante: «En la vieja pero cómoda vivienda de don Francisco Palomeque, y a mano derecha, conforme se entra de la calle, existen aún una serie de habitaciones, y en la segunda y más amplia de todas, que hoy sirve de sala de visitas, preside el retrato del bizarro brigadier, y formando adorno al marco, las cruces, fajines y entorchados que más tarde había de conquistar» (Risco, 1917 : 80). 
Una de las habitaciones del Mesón el Condesito, a mano derecha como dice el texto.


III. En el libro, lo más abundante en relación con Hinojosa, son las constantes referencias al ambiente y al clima de este pueblo de la sierra, pletórico de «aires puros» (Risco, 1917 : 289). Clima beneficioso para afrontar la recuperación de ciertas enfermedades, como le ocurrió a nuestro personaje, al que «(…) el 18 de agosto de 1854 le fué admitida la dimisión del mando de la serranía por falta de salud, quedando en situación de remplazo, y como los aires de la sierra cordobesa le eran más propicios que los rondeños, trasladóse con armas y bagajes a su querido pueblo de Hinojosa del Duque, donde contaba con sus mejores amigos y sus mayores enemigos. Sus mejores amigos eran la paz, el sosiego que se respira en aquel pueblo, donde la honradez embalsamaba las calles; y sus mayores enemigos lo eran los jabalíes y conejos de la sierra (…)» (Risco, 1917 : 409). 

La referencia a la pureza de los aires resulta bastante curiosa, al centrarse en una época en la que no existía contaminación atmosférica, aunque es evidente que uno de sus problemas fueron los malos olores existentes en las grandes ciudades, servidumbre producto de una etapa histórica en la que la higiene y la limpieza, por parte de las instituciones publicas y los ciudadanos, eran muy deficitarias.

En ocasiones, los paisajes se describen de forma muy bucólica, a pesar de la dureza de los inviernos hinojoseños que, sin embargo, también se mencionan. Como ejemplos de lo expuesto, sirvan estos párrafos: 
«Cuando la aurora, que disipó las sombras de aquella noche de la fuga, comenzó a verter haces de luz sobre los campos, y las brisas mañaneras a besar los rizos de esmeraldas de aquellos trigales, que se tienden desde el Cristo hasta la fuente, como una alfombra menuda de felpillas verdes, donde a la sazón temblaban brillaras y claras las gotas de aljófar con que el relente de la noche las había matizado, ya el futuro soldado carlista estaba muy de los de allí, ni el castillo de Belalcázar podría darle un saludo militar, ni Zújar tal vez se habia dado cuenta de que en un buen caballo y a todo correr lo acababa de atravesar my de mañana» (Risco, 1917 : 88).
«Desde aquel rincón de Hinojosa del Duque, donde eran apellidados él y Facunda los padres de los pobres, vio con honda pena transcurrir en fin aquel lapso de tiempo de 1840 al 43, en el que el Duque de Victoria estuvo adueñado de la Regencia. Todos estos arbitrios y resoluciones indignaban al Condesito, que en las tertulias, allá por las noches de invierno a la luz de la lumbre, formada por la robusta encina que chisporroteaba en el hogar…» (Risco, 1917 : 288-289).

IV. Por último, el componente religioso va de menos a más a lo largo de la biografía, lo que resulta compresible no solo por el interés del protagonista en socorrer a los necesitados y a las instituciones religiosas, esfuerzo que tuvo su debido reflejo en su entierro que fue «(…) la manifestación de luto más imponente que ha presenciado la villa de sus amores. La petición del humilde brigadier de ser enterrado con saco de jerga, quedaba sin cumplir, su cuerpo se amortajó con habito y coordino de nazareno, y su memoria aun perdura en Hinojosa del Duque, que se vió privada de sus largas limosnas, de sus sabios consejos, de sus ejemplos de cristiana resignación, de la alegría que todos sus vecinos llevaba el paso de aquel bizarro militar cuando, castigando a su caballo, pasaba por sus calles camino del Cristo o tomaba la senda que guiña al vecino pueblo de Belalcázar» (Risco, 1917 : 602); sino, también, por la predisposición familiar a tomar los hábitos religiosos. Así lo hicieron dos de los hijos del Condesito, los cuales acabarían protagonizando algunas de las páginas más intensas de la historia religiosa de Hinojosa. 

Son constantes las referencias que se realizan al Convento de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de Hinojosa del Duque, lugar en el que ingresó su hija Jacinta. También se mencionan, en alguna ocasión, el Convento de los Padres Carmelitas y en el Monasterio de las Concepcionistas de Pedroche, instituciones en las que se invirtió parte de la fortuna del Brigadier Romero.

De todo ello, mi interés se centra en destacar dos referencias que se encuentran en el libro de Alberto Risco, relacionadas con el Convento de las Concepcionistas de Hinojosa, lugar que puede observarse desde la puerta de la casa que perteneció a don Francisco Palomeque –hoy Mesón el Condesito–.
El Mesón el Condesito y las Concepcionistas, al fondo.
La primera, que el poeta Adolfo Castro fue premiado en un certamen literario organizado por el Ateneo de Cádiz por su composición sobre las hazañas del famoso Brigadier. El premio consistió en una flor de oro –en los certámenes de hoy en día, ya es raro que el premio sea una flor natural, así que no digamos que mucho menos existirá algo de oro o alguna cantidad monetaria; pues ya se sabe que se dice irónicamente que los literatos se alimentan del aire–. El premiado donó la flor de oro al Brigadier que, a su vez, la cedió a aquella comunidad religiosa. Esta flor estaba destinada al adorno de Ntra. Sra. del Tránsito que «luce en su mano izquierda la tan estimada flor». (Risco, 1917: 487). Ignoro si al día de hoy existe la flor y si está destinada a la misma finalidad. Lo más probable es que corriera la misma fortuna que la famosa Inmaculada de Murillo que se decía que tuvieron las monjas, y que en realidad era un Valdés Leal donado por una hermana de nuestro personaje, residente en Sanlúcar de Barrameda. Tengo entendido que el cuadro fue destruido durante la Guerra Civil.

La segunda referencia destacable, bajo mi punto de vista, es que el 17 de mayo de 1908, el presbítero don Francisco Romero logró reunir en la Iglesia de las Concepcionistas de Hinojosa los restos de sus familiares, y en un muro de la citada iglesia «se ve una artística lápida» con la inscripción siguiente que se reproduce en la fotografía:


Pág. 619 del libro.

Al día de hoy, las paredes de la mencionada iglesia, como puede verse en la fotografía, son blancas, sin inscripciones de ningún tipo. 

Interior de la Iglesia del Convento de las Concepcionistas, se observan a mediana altura
los falsos muros acoplados a los originales.

Cuando contemplo la falsa pared que se añadió a los muros interiores para ocultar detrás lo que hubiera –desgraciadamente no tengo recuerdos del interior de esa iglesia de niña, salvo que estaba muy mal iluminada y el terror que me provocaban los bultos de las monjas ocultas tras las rejas y la penumbra, que me permitan establecer una comparación fiable–, siempre recuerdo la cruzada del papa Pío IV, quien ordenó cubrir las partes pudendas de los desnudos de la Capilla Sixtina pintados por Miguel Angel. Por ese trabajito, Danielle di Volterra recibió el sobrenombre de «Il Braghettone». Algo parecido ideó un ¿arquitecto? ¿aparejador? en esa iglesia. Cubrió los muros originales con unos falsos muros sobreexpuestos que sobresalen como si fueran unos enormes parches blanquecinos. Detrás quedaron ocultas las inscripciones, lo que no es sorprendente si tenemos en cuenta que la historia alza héroes en unas épocas y los hunde en otras. Cierto que también he oído otra versión, una que dice que el mal estado de la iglesia fue la consecuencia de llevar a cabo esa cirugía tan invasiva. Que cada uno se quede con la versión que prefiera; por mi parte, prefiero recordar las versiones escabrosas, como la del fantasma del Mesón del Condesito y la existencia de un Braghettone que ocultó las inscripciones de los muros de las Concepcionistas de mi pueblo.

                                                  Sevilla, 5 de noviembre de 2017.


Nota: Quiero dejar constancia que el libro tiene un componente muy negativo que me ha sorprendido bastante, pues realiza un tratamiento bastante denigrante de las mujeres de clases bajas, que muchas veces se describen de una forma muy negativa, vinculándolas, en exceso, con la prostitución y la violencia.



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