sábado, 18 de septiembre de 2021

REESCRITURAS DEL PASADO



© María Dolores Rubio de Medina, 2021.


Un monolito con la leyenda «EN MEMORIA DE LOS HOMBRES Y MUJERES QUE DIERON SU VIDA POR LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA 1939-1978» se ha colocado este verano dentro del recinto del cementerio de Hinojosa del Duque. Es una construcción de granito, que consta de cuatro caras, rematada por un surtidor  de agua que riega, suavemente, los nombres y los apellidos de 204 personas –si no los he contado mal, aunque una persona pudiera estar repetida– que aparecen grabados en sus cuatro costados.


En ningún caso cuestiono el derecho de las instituciones públicas o de las personas interesadas en dar un homenaje a quienes estiman que se deben homenajear; incluso tomando las fechas que deseen, si la ley lo permite. Sí considero que, tras la Transición, el homenaje lo merecen todas las víctimas, las de los dos bandos de la Guerra Civil, habida en cuenta que, al fin y al cabo, la mejor definición sobre esta contienda es la de una guerra de malos contra malos (definición que comparto).


Ahora bien, construir un monumento sin facilitar una breve biografía de lo que hizo cada una de esas 204 personas por la libertad y la democracia es anómalo, porque presumiblemente se estaría realizando un blanqueamiento de algunos verdugos que, más tarde, fueron víctimas. Así solo recordaremos a aquellos a los que se le aplicó la injusticia privándoles de la vida, sin ver el mal que, alguna de esas personas, hicieron previamente.


No saber quienes fueron, exactamente, aquellas personas  lleva a soltar la imaginación por caminos muy oscuros. Sin ir más lejos, la mía.


Cuando hace un par de semanas comencé a leer la primera cara del monolito, un escalofrío me recorrió cuando llegué a la línea número 30 de la lista de víctimas, a un tal Pablo Aranda González. Este nombre y estos apellidos coinciden con los del Tuerto Riñones, cuyas andanzas en «la lucha por la democracia y la libertad», aparecen descritas en una sentencia dictada en la plaza de Hinojosa del Duque (Córdoba) el 23 de junio de 1939 (Sumarísimo 11.930. Legajo 693, Nº 10.115. Archivo Militar de Sevilla). 


En el documento constan las barbaridades por las que fue condenado, entre otras, haber cometido asesinatos, mutilaciones y torturas. La leyenda cuenta que asesinó o intervino en la ejecución de más de 80 personas; pero ¡ojo! que solo hablo de leyenda. Pero sí puedo contar alguna realidad, y sin menospreciar a ninguna de las víctimas de ese psicópata y sádico que respondía al alias de Tuerto Riñones, por si duda de la veracidad de la sentencia, me limitaré a transcribir un párrafo: 


«...también persiguió y maltrató tenazmente a Don Gabriel de Medina García, el cual, al saber que lo buscaban para matarle, huyó al campo con objeto de pasarse a las filas Nacionales, pero fue descubierto por una mujerzuela, hizo que el ‘‘Tuerto Riñones’’ y otros más le persiguieran, alcanzándolo de dos disparos que le hicieron, de los que resultó herido, y acercándose a él el encartado, le disparó otro más con bala explosiva en la cara, que le produjo la pérdida del ojo derecho, cavando a continuación la fosa para enterrarlo, impidiéndolo otro miliciano que, dentro de su maldad, se sintió algo humanitario y quiso que le llevasen al pueblo por estar aún con vida. Una vez en el pueblo, el repetido ‘‘Tuerto Riñones’’ lo arrojó sobre la pared de una casa, cogiéndolo después por los pies y con una miliciana sentada encima lo arrastró por las calles sin conseguir a pesar de tanta salvajada exterminar a su desgraciada víctima; por último, lo condujo a la estación de Zújar, tirándolo sobre el carbón de una locomotora y al oírle decir que tenía frío, lo metió dentro de la caldera de dicha máquina, de donde un individuo apiadado de el y conmovido de tanta maldad, le sacó diciendo que eso no se hacía con ninguna persona, aunque quisiera que se muriera;».


Como jurista y como persona me parece terrible el final de Pablo Aranda González. A nadie se le puede privar de la vida, salvo en el caso de legítima defensa; así que es un espanto que por sus hechos fuese condenado al garrote vil. 


Con el monolito se ha transformado a esa persona, se oculta la visión del verdugo resaltando su condición de víctima y todo ello, para tratar de diluir su responsabilidad, para hacerlo bueno –y sí, los que lo condenaron y lo ejecutaron tampoco fueron los buenos, pero en eso ya estamos de acuerdo––. No voy a cuestionar el lugar elegido para enaltecer a algunos que, previamente, fueron verdugos, pero sí puedo asegurarles que la historia de Gabriel de Medina García es verdad, que sobrevivió gracias al milagro de unos compañeros del propio Tuerto Riñones que consideraron que una cosa era «luchar por la libertad y la democracia» y otra muy distinta, ensañarse de forma inhumana en un semejante. ¿Qué libertad y democracia hay en asesinar, mutilar y torturar? 


Puedo decir que es verdad porque durante 14 años vi a Gabriel alimentarse con una cucharita porque la bala explosiva que le reventó en la cara, disparada por el Tuerto Riñones, le dejó como secuelas la perdida del ojo derecho, un gran agujero en el carrillo y una boquita de piñón que solo admitía alimentos ensopados. 


Poner nombres sin señalar sus méritos tiene estos inconvenientes, que la imaginación se desboca, al menos la mía. Poner en monumento determinados nombres y apellidos, no blanquea ni diluye las responsabilidad de las atrocidades que algunas de esas víctimas cometieron en su momento. 


Y si usted está leyendo esto, es porque Gabriel de Medina García tuvo fuerzas para sobrevivir al sadismo y la atrocidad y tener, finalizada la Guerra Civil, una hija, mi madre. 

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