sábado, 15 de abril de 2023

Ventajosa del Duque, la Hinojosa de Corpus Barga


© María Dolores Rubio de Medina, 2023





Cuando acudimos a la literatura o los textos autobiográficos para buscar rastros sobre Hinojosa del Duque, los nombres que más rápidamente acuden a la palestra son los del Marqués de Santillana (Serranilla: «La vaquera de la Finojosa»), Manuel Sancha de Belasco (Romance: «La Loba»), Fernán Caballero (La farisea) y Juan Bernier Luque (Córdoba Tierra Nuestra, donde aparece el lema que se ha ganado nuestro pueblo: «granito de la eternidad»).


En este contexto, se suele olvidar, frecuentemente, las referencias realizadas por Corpus Barga. Cuando alguien lo menciona es para para hacer referencia a sus cuatro libros autobiográficos, titulados Los Pasos Contados, cuyo volumen IV, titulado Los galgos verdugos, fue reconocido en 1974 con el Premio de la Crítica de narrativa castellana. En las páginas de este último libro encontramos, una deliciosa descripción de lo que fue la Feria de Hinojosa del Duque. Lo cierto es que ese libro incorpora, de una forma más extensa, enrevesada y fantasiosa –esos calificativos son mi modesta opinión que, en ningún caso, pretende sentar cátedra, por lo que son perfectamente discutible y criticables, como todo lo que hago–, lo que ya escribió en su novela La vida rota. 


Hace tiempo que llevo posponiendo la tarea de escribir una entrada sobre las anotaciones de Hinojosa del Duque que aparecen en La vida rota. Reconozco que ha sido violento  seleccionar las escenas, pero estimo que es una obra que los hinojoseños tenemos que descubrir, puesto que describe lo  que fue la vida de Hinojosa del Duque a principios del siglo XX. La novela la finalizó Corpus en 1908, cuando tenía unos 21 años, y está basada en las anotaciones que tomó cuando su familia lo recluyó en «La Casa Grande» de Belalcázar, digamos que como castigó a su vagabundeo y a sus ideas radicales. La novela, se publicaría en 1910.



"La Casa Grande" en Belalcázar, en la actualidad, 
una fachada con un interior en ruinas.



La vida rota es una novela escrita en el contexto de una juventud vivida con gran rebeldía. En ella describe, de forma muy descarnada, los comportamientos de los habitantes de Belalcázar y de Hinojosa del Duque que, hoy en día, más de un siglo después de la aparición de la obra, continúan siendo escandalosos, sobre todo los que se relacionan con sus ataques a personas de profesión religiosa. Siempre consideré, por la lectura de cuarto volumen de Los Pasos Contados, que Corpus era un escritor exagerado, anarquista, agnóstico, anticatólico y ácrata –todo junto y mezclado–; hasta que el tiempo y los descubrimientos fueron poniendo parte de las cosas en su sitio. 


Corpus estuvo profesionalmente vinculado a los gobernantes de la II República. Pocos saben que fue, además de banquero, periodista y escritor, una especie de asesor publicitario o periodístico del Gobierno republicano. Mi rechazo a hablar sobre La vida rota comenzó a atenuarse con un primer descubrimiento: me encontré con personas de Belalcázar que hablaban de una familia de derechas que se había pasado a la izquierda por convivencia económica. Continúe siendo escéptica pese a esos testimonios, hasta que, un día, descubrí en Las armas y las letras de Andrés Trapiello que para muchos, entre ellos, para Juan Ramón Jiménez, Corpus era un escritor  catalogado como fascista (vid. pág. 101). 


El segundo descubrimiento que cambio mi visión, fue el que hizo mi padre. Un día, asombrado de lo que escribía Corpus sobre las andadas de un fraile del convento de Hinojosa, indagó entre los mayores y descubrió que la increíble historia que citaba en el cuarto volumen de Los pasos contados era verdad. Le llegaron a decir el nombre del médico que asistió al fraile, y también descubrió que la versión de Corpus era más suave que la realidad, como veremos.


Y finalmente, mi resistencia a escribir sobre La vida rota se quebró definitivamente cuando, en un intercambio de documentos por WhastApp, una persona de Hinojosa me mandó una fotografía de un préstamo manuscrito y descubrí que, otra de las cosas increíbles que contaba Corpus era verdad. Así que allá vamos, a mencionar ligeramente lo que cuenta Corpus Barga sobre «Ventajosa del Duque», que es como llama a Hinojosa del Duque en La vida rota; y el pueblo vecino, Belalcázar, donde se ambienta la mayor parte de la novela, y donde esta situada «La Casa Grande», es «Benalmena».



Sobre la mesa del despacho que fue de mi padre,
esta Semana Santa, tomando notas de la novela
para preparar esta entrada.


Al protagonista de la novela, Rafael, lo sacan sus tías del  correccional donde estaba recluido, para que pasara unos días en Benalmena. El lugar al que es enviado el muchado, sobre 1908, se describe en estos términos: «Vas al mundo antiguo (...), al mundo viejo. El pueblo donde tienes que ir esta allá, en Andalucía, casi en Extremadura. Es un pueblo ganadero y bárbaro» (2007:57).


Pues bien, al parecer, «Ventajosa del Duque» formaba parte de ese mundo bárbaro donde ocurrían cosas normales y otras «cosas bárbaras», que dice frecuentemente Corpus.


  • La descripción que hace de Hinojosa, afortunadamente, es menos ceniza que la que realiza Fernán Caballero en La Farisea, que a mi me cruje el alma por lo oscura y ceniza que es. Escribe el joven Corpus que «Ventajosa del Duque era el pueblo cabeza del distrito, y distaba de Benalmena a tres lenguas. Además de correo oficial, había un hombre que con su borriquillo iba todos los días de Ventajosa del Duque a Benalmena con encargos, comisiones y noticias varias.» (2007:91).


  • Ya se saben que los de un pueblo se pican con los de los pueblos vecinos, así se comporta el personaje más irreverente de la novela, Filfa de Benalmena, que le dice a Leopoldo de Hinojosa, el dueño del borrico: «En tu pueblo cada mujer tiene un fraile. La del padre Juan, la del padre Francisco (...)» (2007:91); «(...) Todas las familias que tienen tratos con los frailes están deshonradas (...).» (2007:92). Para aclararnos, los frailes «zumban» en alguna conversación de la novela.


  • «(...) las monjitas de la Concepción (...) prestan con el descaro que quieren (...) así matan ellas todos los años veinte cerdos y un toro.» (2007:93).

Este es uno de los párrafos que, cuando lo leí, me pareció excesivo, hasta el día en que, por el móvil, me entró una fotografía, en un intercambio de documentos. Era sobre un préstamo firmado entre una persona de Hinojosa y las Concepcionistas y me quedé a cuadros: «¡Anda!, ahora resulta que lo que dijo Corpus es verdad», comenté. 


  • «Leopoldo, el correo privado de Ventajosa del Duque, era contrario a las máquinas» (2007:115); todo porque le quitaron el correo oficial para hacer el traslado entre los dos pueblos en coche. Este personaje, Leopoldo, hacía «(...) sangrías, cortaba callos, sacaba dientes, confeccionaba pelo postizo. Era un gran matarife. Y como enfermero había asistido con un espíritu bastante opuesto al horrible que representaban las Hermanas de la Caridad.» (2007:116).


  • Cuando escribe de la gente que va a la Feria de «Ventajosa del Duque», alguien comenta que la Guardia Civil no quiere que los gitanos vayan parándose por los pueblos cercanos, «(...) quiere que vayan sin detenerse en ningún pueblo, hasta el pueblo donde sea la feria.» (2007:132). 

Este comentario es incompresible en el contexto de la historia, habida en cuenta que se realiza en Belalcázar y hasta Hinojosa solo hay 9 kilómetros rectos sin pueblos intercalados. Que recuerde, en mi infancia solo vi alguna caseta de peón caminero en la carretera que une a ambos pueblos. La única explicación que encuentro es que se tratara de gente que desde otro pueblo -Monterrubio, Cabeza del Buey, etc.– pasara por Belalcázar en dirección a la feria de Hinojosa.


  • Todo el capítulo XXI, salvo página y media, está dedicado al «Rodeo de la feria» de Hinojosa. Este capítulo es el que nutre, profusamente, los recuerdos de Corpus, cuando ya anciano describe, la feria de Hinojosa en Los galgos verdugos, esta vez llamando al pueblo por su nombre. 

«El rodeo se extendía en curvas suaves, ceñidas por una atmósfera ancha, amplia, de sol. Las manchas de ganado aparecían aquí y allá, en el suelo, imprimiendo al ambiente un movimiento de oscilación, de algarabía. Y en medio se levantaban algunos paraderos (2007:132) blancos, chocantes, en los cuales se estrellaba el sol y se rompían en asfixia.» (2007:133).

La casi totalidad del capítulo, no obstante, está destinada a describir la pelea provocada por un grupo de personas de etnia gitana, con intervención de la Guardia Civil y el médico. No obstante, a través de la lectura descubrimos que, durante la feria, los mejores puestos de los feriantes no estaban a lo largo de la calle Corredera, sino en la plaza del pueblo. Escribe lo siguiente:

«Los tenderuchos estaban por grupos. Fueron a uno y desde él se veían algunas filas tendidas, como techos bajos, sujetos a palos rústicos y caprichosos.

Entre esas telas y los sombreros de los concursantes, aparecía, a franjas, el horizonte, claro y limpio que iba tomando la agradable luz del atardecer.

Los concursantes –marchantes de ganado, chalanes de caballería, hombres gordos cosecheros de granos, sagaces traficantes en especias, gente de la buena vida regalona, y pobres labradores deseosos de darse un ahíto– formaban bajo aquellos toldos una reunión de confianza aniñada y feliz. ¡La gente esa, que luego cada uno era una hiena en los tratos de la feria!» (2007: 136).  

«Unos cantaores estaban enfrente del tenderucho lanzando malagueñas.» (2017:137). 

«(..) subieron por la calle de la feria al pueblo (...). Pasaban entre dos hileras de puestos discordes, rodeadas de feriantes (...). Llegaron a la plaza donde estaban los puestos de la feria más concurridos. Sonaban las campanillas de las rifas y los juegos. Ese ruido de niños, esas campanillas que tanto enardecían a los chiquillos, eran frenéticamente agitadas por tipos truculentos, de mala catadura.

Los juegos tenían gracia, unos por su trampa sencilla y descarada; otros, por su ingenio. En una mesita baja, un labriego de taberna (...) de flaquez sombría echaba las cartas a pares y nones. De cada cuatro veces, el labriego ganaba tres y los puntos una.» (2017:138).

«Otro de los juegos resultaba muy ingenioso. Era un péndulo que, soltado desde su posición más extrema, pasaba entre dos boliches, y a la vuelta había de tumbar uno de ellos. Estaban muy bien estudiadas las leyes de la oscilación para buscar según qué directriz (2017:138) había de ser separado el péndulo. Y una directriz estaba disimuladamente marcada .» (2017:139).


  • Nos descubre dónde estaba la cárcel por aquella época, al pasar por una «(...) calleja trasera del Ayuntamiento, adonde daba la cárcel.

La calleja era una cinta torcida, pendiente y negra entre blancos paredones. En el ventanuco de la prisión alumbraba una vela, haciendo jirones de sombra en la pared blanca opuesta.» (2017:179).


  • Finalmente, el el capítulo XXVII, el médico de Ventajosa del Duque que ha ido a Benalmena, le cuenta al protagonista, Rafael, que aquella mañana en Ventajosa le habían pedido que visitase un fraile enfermo (vid. 2017:138). 

Esta escena es la que, muy detallada, vuelve a contar en Los galgos verdugos. Se trata de suceso terrible en la que el médico tiene que curar a un fraile que se había autocastrado para no volver a caer en pecado.

Esta fue la escena que mi padre, espoleado por la curiosidad, consultó con los mayores del pueblo de Hinojosa y descubrió que era cierto, que el rumor era que un médico, del que averiguó su nombre, había atendido a un fraile castrado. El religioso se adjudicaba el desaguisado como remedio contra su pecado; pero los ancianos, muy ladinos, le dijeron a mi padre, que el hombre, en realidad, había sido castrado por la familia de una moza con la que había tenido intimidad excesiva.


En fin, concluyendo, visto como era, a los ojos de Corpus Barga, Hinojosa del Duque, alrededor de 1908, nos queda la duda: ¿somos como queremos o somos como nos han descrito? 


Empero con esto de la escritura políticamente correcta, La vida rota, de editarse en EE.UU., sufriría un proceso de adaptación muy salvaje  –«bárbaro», como diría Corpus–; y que una hinojoseña como yo, comentaría, al enterarse, con esa expresión tan colodra –y deliciosa al tiempo-: «¡Pero... qué barbaridad!».





Sevilla, 15/4/2023.






Bibliografía:


Barga, Corpus: La vida rota, Diputación de Córdoba. Ed. renacimiento, 2007.


Barga, Corpus: Los pasos contados. Los Galgos Verdugos. Alianza Tres, 1979, Madrid.


Trapiello, Andrés: Las armas y las letras, Destino, 2021.

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