(c) SANTOS ORTEGA GÓMEZ, 2025.
Cada vez son menos, y la mayoría de ellos abandonados o descuidados, los muros que delimitan terrenos, cercan ganado, paredes de casas, chozos, etc...
Piedra sobre piedra, sin mortero, sin cemento, sin argamasa, sin aditivos modernos, estas construcciones se levantan únicamente encajadas entre sí, aprovechando su peso, forma y equilibrio natural.
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Construcción rural en Los Pedroches. Fotografía de Gabriel Pizarro. |
Técnicas ancestrales retrotraídas desde la prehistoria en distintas partes del mundo. Fue en 2018 cuando se declaró este arte Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, inmaterial ya que no solo reconoce su valor estético y funcional, sino también su papel en la conservación del paisaje rural, y el respeto e integración con el entorno.
Pero, ¿qué hace tan especial este tipo de construcción? Algo tan sencillo como es el respeto a la naturaleza al servicio del ser humano, piedras que al no utilizar cemento permiten que en sus oquedades entre el aire y el agua, favoreciendo pequeños ecosistemas, donde nacen musgos, helechos o flores silvestres, incluso permitiendo albergar nidos de pequeñas aves.
Construcciones que denotan simplicidad y unicidad, donde sus irregularidades, texturas y tonos hacen que cada una de ellas sea única, aportando carácter y autenticidad al espacio. Fueron, durante siglos, el recurso de la gente humilde para edificar sus moradas. Aprovechando las piedras disponibles en el entorno, lograban levantar muros sólidos y resistentes, que no solo ofrecían refugio frente a las inclemencias del tiempo, sino que también representaban un ejemplo de ingenio popular y de adaptación a los recursos naturales más inmediatos.
En un mundo cada vez más industrializado, el valor de lo tradicional, de lo que nos ha conducido a lo que somos, está extinguiéndose. Hay muros que separan y muros que abrazan, los de piedra seca pertenecen a la segunda categoría, no se imponen, se integran, no ocultan, sino que dialogan con la tierra que los sostiene y de donde nacieron.
Levantados sin ningún material aditivo, apoyados en su propio equilibrio y en la paciencia de las manos endurecidas por su roce, estas paredes son testigos de una sabiduría ancestral. Cada piedra encuentra su lugar como si el muro ya existiera en la memoria del paisaje, y tan solo estuviera esperando el momento de ser construido, al igual que dijo Miguel Ángel "Vi un ángel en el mármol y lo esculpí hasta liberarlo" o como también dijo en otra ocasión, "La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba", esta última frase haciendo referencia al nacimiento de una de sus obras cumbre, el David de Miguel Ángel.
Belalcázar, muro interior de piedra seca que cierra el perímetro de un patio interior, cerca del foso del castillo de los Sotomayor y los Zuñiga. Fotografía de Santos Ortega Gómez. |
Un muro, una pared, no son solo límites, son textura, son sombras, son seguridad, son frescor en verano, son refugio para la vida, son esa sensación de algo que no fue impuesto, sino creado en complicidad con la naturaleza. Allá donde está ese lugar, deja de ser una simple construcción para transformarse en un descanso para el alma, refugio para el recuerdo, donde imaginar toda la vida que han visto pasar esas piedras, un pequeño universo en el que el tiempo transcurre más despacio.
Piedras que no hablan con palabras, pero que si lo hacen con su desgaste, con su quietud. Las construcciones en piedra seca, son esa perfecta imperfección, ninguna línea recta, ninguna piedra idéntica, solo la armonía de las formas irregulares que se sostienen unas a otras. Irregularidades que transmiten calidez, que nos recuerda que la belleza es voluble y no siempre está en lo perfecto, en lo pulido, sino en lo auténtico. Un atardecer sin más ruido que el de la naturaleza que nos rodea, un aroma que no es otro que el del aire cargado con el olor de las plantas silvestres, sentados junto a ese muro que respira historia y naturaleza, tras el que está ese imponente castillo, susurrando el devenir de centenares de años, susurros de infinidad de personas, de tantas y tantas civilizaciones que han vistos esas piedras, esas paredes, esos muros, esa fortaleza, civilizaciones que se entremezclan entre sí, la Roma que nos trajo el latín, el cúfico de aquellos beréberes que defendieron sus murallas a sangres y fuego, o el castellano antiguo que tiene su eco en la desaparecida biblioteca del palacio de los Sotomayor y Zúñiga, y que formó la espiritualidad de grandes personajes como Fray Juan de la Puebla, María Josefa de Pimentel y Borja, Teresa Enríquez, o Francisco de Zúñiga y Sotomayor quien trajo el espíritu Renacentista a esta tierra y que creó una de las bibliotecas más importantes de Castilla.
El castillo de los Sotomayor y Zuñiga cercado por muros de piedra seca. Fotografía de Pilar Ruiz Borrega. |
Piedras vivas que sostuvieron grandes ejemplares de la bibliografía universal, que estuvieron presentes en el amor y en la guerra, y que seguirán conteniendo el saber y el devenir del tiempo.
Hinojosa del Duque, día de Santa Rosa da Lima,
inicio de la Feria de San Agustín.
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