domingo, 13 de marzo de 2016

A la carta



Estos días que andan vinculando a Fernando III el Santo (siglo XIII)  con terminología propia del siglo XXI porque cedió la Mezquita «con nocturnidad y alevosía», digamos por condesar en pocas letras la cantidad de acusaciones y delitos que se atribuyen a Fernando III. Estos días en que la corrupción tiene tomada a muchas altas instituciones del Estado; de las CC.AA. —algunas más que otras, hay que reconocerlo—; y de algunos Ayuntamientos, he recordado la justicia de compadreo que se describe en La tejonera; la magnífica pero terrible novela de Cynan Jones que descubrí en una librería de Málaga.




En La tejonera se narra una subcultura: la que rodea a la actividad ilegal de cazar tejones para organizar peleas con perros. En la novela se describe la sangre de las peleas y la depravación humana con una fuerza brutal y agobiante que provoca una lectura insostenible. Durante su lectura, me volvían a la cabeza, una y otra vez alguna de las escenas del Delibes más profundo de los Santos Inocentes y la relación que se describe entre uno de sus personajes y la «milana bonita». La tejonera es un libro violento que no pude leer de un tirón por la extrema violencia, soledad y falta de esperanza que se desprende de sus páginas. Invertí dos meses largos en sus 167 páginas, algunos días tenía que dejarlo a la media página. Es bestial; pero, incomprensiblemente, hermoso de leer porque comprendes que Cynan tuvo que participar en esa vida para poder describir cómo se caza un tejón, cómo se le prepara para echarlo a los perros y cómo se asiste al parto de un cordero. Ves a Cynan conduciendo una camioneta por esas solitarias granjas.

En la página 134 de la novela hay un párrafo que describe las causas por las que un hombre que ha sido pillado con las manos en la masa de los instrumentos necesarios para cazar tejones —actividad prohibida— es condenado con levedad. A un furtivo al que le encuentran armas, venenos ilegales, perros de caza, mapas con los puntos donde se encuentran las tejoneras de la zona, solo lo condenan a un par de meses de cárcel y al sacrificio de sus perros. 

(En este mundo los perros siempre llevan las de perder).

Lean, por favor:

«El juez de paz era socio capitalista de una constructora de la zona y miembro del club de caza y sabía que él era hombre de terriers. Hubo indulgencia. Todo aquello que habían encontrado podía explicarse: las armas y el veneno, para mantener a raya las alimañas; el dinero descubierto, debido a algún sentimiento antisocial contra las cuentas bancarias. Las armas incluso podían ser una reacción paranoica para proteger esos fondos. Tenía esa defensa, la del marginado caído en el olvido, rechazado por la sociedad, que solo pretendía ir a la suya. Pero si hubieran establecido una conexión entre todo eso y los mapas, habrían podido empezar a extrapolar, a seguir la pista de su criminología».



Volviendo al asunto de la Mezquita parece que andamos al revés, extrapolando pistas y leyes del siglo XIII y plantándolas en el XXI, incluso con plagio incluido —lo ultimo que he leído es que el informe del Secretario del Ayuntamiento de Córdoba ha sido extraído de una popular enciclopedia sin citas de ninguna clase—. 

Larga vida a los juristas del «cortar y pegar», que de todo ha de existir en la viña del Señor, como dicen, muy bíblicos, en mi pueblo.

Sevilla, 13 de marzo de 2016.

LA TEJONERA
CYNAN JONES
TRADUCCIÓN DE CARLOS MILLA E ISABEL FERRER
TURNER PUBLICACIONES, 2014
IBSN: 978-84-16142-03-3

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